DE MEIGAS, DEMOS, TRASNOS E LUMINARIAS.
Normalmente vive en el corazón de un
bosque oscuro y peligroso por el que no osan cabalgar si no bandidos y
salteadores de caminos que tienen en su interior sus ocultas guaridas.
Estas brujas en ocasiones quedan
preñadas del mismísimo Belcebú y paren si no son descubiertas antes y quemadas
en la hoguera, niños que son la encarnación del mismísimo demonio, mitad humano
mitad animal horrible, nacidos para el mal.
Podemos
encontrar en cualquier biblioteca de nuestras ciudades un más que variado
compendio de libros que ofrecen al lector una selección de las complejas, y
casi siempre sorprendentes, creencias sobre brujería.
Miedo,
superchería, temor divino a lo sagrado y lo pagano casi siempre infundado, a lo
inexplicable, a los fenómenos naturales, a los ciclos cósmicos y celestes,
azuzado por la iglesia y su poder que vieron en la hoguera, el potro de los
tormentos, las mazmorras y las torturas una salida perfecta para acabar con las
viejas religiones y creencias y de paso conseguir la sumisión absoluta de las
gentes.
Pese
a haberse registrado cerca de un centenar de procesos a personas acusadas de
practicar la brujería, la Inquisición no se ensañó tan masivamente en Galicia
como lo hizo en otras partes de Europa. Con todo, aquellas mujeres, más del 90
por ciento de los imputados, que cayeron en las redes del Tribunal, sufrieron
un duro castigo que incluyó crueles torturas y, en algunos casos, muerte en la
hoguera. Estas son las historias de cuatro gallegas que cumplieron condena por
tener, sin pruebas, "pactos con el diablo": Ana de Castro, María
Soliño, Lucía Fidalgo y María Rodrigues.
ANA DE CASTRO
"Jesucristo fue bautizado en el río Jordán, San
Pedro y San Juan lo tuvieron pola man; ansi destos males se jafan pola gracia
de Deus e de la Virgen María, Pater nostrer y Ave María". Esta oración sui
géneris, destinada según su testimonio a curar a uno de sus pacientes, fue la
única autoinculpación que Ana de Castro admitió en el primero de los procesos a
que fue sometida por el Tribunal de la Inquisición que la declaró
"hechicera, embustera y adivinadora" y la condenó, el 14 de octubre
de 1626, a "salir vestida con hábito de penitente de media aspa, a un auto
de fe donde se le lea la sentencia consistente en doscientos azotes y destierro
del coto de Armenteira y de Santiago durante seis años". Así lo cuenta
Anxos Sumai en "Meigas: as antigas custodias damenciña popular"
(culturagalega.org). El 6 de diciembre del citado año, Ana de Castro fue
obligada a pasearse por las calles de Santiago a lomos de un burro; mientras
recorría la ciudad, la azotaron, la insultaron, le escupieron...y, 25 años
después, en 1651, el inquisidor Juan Rojo, de visita en Pontevedra, donde en
aquella altura residía una Ana que se había casado con un tal Benito de Graña,
ordenó reabrir su caso devolviéndola a las temibles cárceles del Tribunal,
expropiándole todas sus propiedades, propinándole otros doscientos azotes y
obligándola a marcharse de Galicia.
Es la última noticia que se tiene de esta
mujer nacida en Armenteira (Meis) contra quien declararon veinte vecinos,
acusándola de hechos ("tratos con el demonio"), jamás comprobados.
María Soliño
Tal vez en ello tenga mucho que ver el poema que le
dedicó Celso Emilio Ferreiro ("Ai, que soliña quedaches/ María
Soliña...") pero la canguesa María Soliño (la literatura feminizó su
apellido) es probablemente la "meiga" más mitificada de Galicia, una
mujer cuya vicisitud ha sido llevada, recreada y aún diríamos que "inventada"
en el teatro y en el cine.
La biógrafa Encarna Otero Cepeda, en el Álbum de
Mulleres, reconoce que su caso no aparece reflejado en ningún archivo notarial
ni de la Inquisición, y que los escasos datos que se conocen proceden del
"Memorial al Rei", enviado en 1617 por Jerónimo Núñez, procurador de
Cangas. Basándose en esa fuente, Encarna Otero escribe que "María Soliña,
junto con otras compañeras, fue encarcelada y torturada; sus bienes fueron
confiscados por el Santo Oficio y ella condenada por brujería. Pero lo cierto
es que nunca fue quemada viva" sino que "la locura, el hambre y la
miseria fueron las que acabaron con su vida".
De ella se ha
llegado a afirmar que seguía apareciéndose a los vecinos tras su muerte y que
era la líder de los aquelarres que se celebraban, en la actual parroquia de
Coiro, aunque más bien deberíamos ceñirnos a la que verdaderamente era su
vocación: curandera.
LUCIA FIDALGO
Mayor cantidad de datos probados son los que Anxos
Sumai dispone de Lucía Fidalgo, hija de madre soltera y nacida en la aldea
lucense de San Martiño de Denlle. Tras el fallecimiento de su madre, Lucía
sobrevivió dedicándose, a la vez, a la prostitución y a pedir limosna por las
casas. Sería precisamente una persona que le dio limosna, refiere Anxos Sumai,
quien denunciaría a Lucía echándole la culpa de haberle "botado o mal de
ollo" a ocho crías de cerdo. Ante el juez seglar, asustada, Lucía Fidalgo
llegó a decir que su madre, cuando era un bebé, la había vendido al diablo.
Salió en libertad bajo la promesa de deshacer el hechizo contra los cerditos y
porque, a sus 26 de edad y pobre de solemnidad, hasta el mismísimo, y ya citado
inquisidor Juan Rojo, se apiadó de la joven.
Pero, al igual que ocurrió con Ana de Castro, el
Santo Oficio no se olvidó de ella: cuatro años después, el 1 de mayo de 1650,
ingresa de nuevo en las cárceles del Tribunal en Compostela: "Fue tal la
cantidad de desatinos que llegó a confesar -refiere Anxos Sumai- que hasta los
propios jueces inquisidores suspendieron la monición, creyendo que estaba sin
juicio...porque no decía cosa con cosa". Y tal que a María Soliño, las
torturas volvieron loca a una Lucía Fidalgo que se libró de la ejecución en la
hoguera, a la que en principio había sido condenada, por una sentencia
consistente en doscientos azotes y destierro.
MARIA RODRIGUES
Quien no se libró de la hoguera fue María Rodrigues,
nacida en la localizad portuguesa de Ponte da Lima pero que, tras ser acusada
de brujería, en 1577 sería entregada por el arzobispado de Braga al obispado de
Tui, desde el cual se la envió para ser juzgada en Santiago, a donde llegó,
apunta Anxos Sumai, "mutilada y agotada". Durante las torturas,
consumida por el dolor, María llegó a confesar que no solo conocía al diablo,
sino que había mantenido relaciones sexuales con él, que le había entregado su
cuerpo y su espíritu, que era su esclava y que era él, o sea, el demonio, quien
la trasladaba por el aire de un lugar a otro. Esas "confesiones"
propiciaron, en principio, su liberación, pero dos años después, cuando contaba
38 de edad, María sería acusada de reincidente: murió consumida por las llamas
en la actual Plaza de Cervantes de Santiago el 30 de noviembre de 1579.
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