DE MEIGAS, DEMOS, TRASNOS E LUMINARIAS.



En los cuentos de brujas  y hechiceros,  sus aquelarres, los mitos y leyendas de viejas endemoniadas en tratos y negocios con el maligno, poseedoras de los conocimientos en ciencias ocultas y libros de encantamientos; resortes necesarios para controlar a su antojo el mal de ojo y los trabajos propios de la brujería, aparece casi siempre la figura destacada de una mujer.

Normalmente vive en el corazón de un bosque oscuro y peligroso por el que no osan cabalgar si no bandidos y salteadores de caminos que tienen en su interior sus ocultas guaridas. 


Son nombrados sus aquelarres a la luz de la Luna, danzando frenéticamente alrededor del fuego, mientras beben la sangre de un recién nacido y copulan con enormes machos cabríos que no son sino la reencarnación mortal del demonio invocado a través de sortilegios y formulas magistrales preparadas en enormes marmitas de hierro con ingredientes tales como piel de sapo, cola de lagarto, orina de serpiente, ojo de gato negro cuya sangre nunca coagula y nacen sin corazón porque son como la sombra del diablo y no precisan de sus latidos para vivir.

Estas brujas en ocasiones quedan preñadas del mismísimo Belcebú y paren si no son descubiertas antes y quemadas en la hoguera, niños que son la encarnación del mismísimo demonio, mitad humano mitad animal horrible, nacidos para el mal.


En todas estas historias a través de los siglos, se repiten;  Diablos, brujas, curanderas, fiestas y aquelarres, como un controvertido y apasionado tabú nacido y guardado en la memoria de los pueblos a los que ha sobrevivido, formando parte intrínseca de la cultura popular.

Podemos encontrar en cualquier biblioteca de nuestras ciudades un más que variado compendio de libros que ofrecen al lector una selección de las complejas, y casi siempre sorprendentes, creencias sobre brujería.

Las leyendas y cuentos originados y transmitidos a lo largo de los tiempos casi siempre por la narración oral, nos habla de Satán y de sus atributos, de las brujas, de las encarnaciones en animales, del vuelo al aquelarre, de los maleficios, del mal de ojo, del mal de bocado, de la posesión demoníaca y de las defensas contra el mal y muchas de ellas se originaron, adaptándose a los conocimientos y sabiduría popular de las gentes y os pueblos, en los procesos sagrados iniciados y seguidos por los tribunales eclesiásticos de la Santa Inquisición durante los siglos XVI y XVII, fundamentalmente.

Miedo, superchería, temor divino a lo sagrado y lo pagano casi siempre infundado, a lo inexplicable, a los fenómenos naturales, a los ciclos cósmicos y celestes, azuzado por la iglesia y su poder que vieron en la hoguera, el potro de los tormentos, las mazmorras y las torturas una salida perfecta para acabar con las viejas religiones y creencias y de paso conseguir la sumisión absoluta de las gentes.


Hace unos años, concretamente el 13. 10.2013. El periodista Salvador Rodriguez, publicó en el diario Faro de Vigo, el siguiente articulo que seguidamente incorporamos resumido, en el que se narraba varios de los casos mas significativos ocurridos en Galicia en relación con tema de las "Meigas y la Brujería", en razón de los datos e historias extraídos del  libro. de Anxos Sumai ; "Meigas: as antigas custodias da menciña popular" .(culturagalega.org).
   

Pese a haberse registrado cerca de un centenar de procesos a personas acusadas de practicar la brujería, la Inquisición no se ensañó tan masivamente en Galicia como lo hizo en otras partes de Europa. Con todo, aquellas mujeres, más del 90 por ciento de los imputados, que cayeron en las redes del Tribunal, sufrieron un duro castigo que incluyó crueles torturas y, en algunos casos, muerte en la hoguera. Estas son las historias de cuatro gallegas que cumplieron condena por tener, sin pruebas, "pactos con el diablo": Ana de Castro, María Soliño, Lucía Fidalgo y María Rodrigues.



 




 ANA DE CASTRO
"Jesucristo fue bautizado en el río Jordán, San Pedro y San Juan lo tuvieron pola man; ansi destos males se jafan pola gracia de Deus e de la Virgen María, Pater nostrer y Ave María". Esta oración sui géneris, destinada según su testimonio a curar a uno de sus pacientes, fue la única autoinculpación que Ana de Castro admitió en el primero de los procesos a que fue sometida por el Tribunal de la Inquisición que la declaró "hechicera, embustera y adivinadora" y la condenó, el 14 de octubre de 1626, a "salir vestida con hábito de penitente de media aspa, a un auto de fe donde se le lea la sentencia consistente en doscientos azotes y destierro del coto de Armenteira y de Santiago durante seis años". Así lo cuenta Anxos Sumai en "Meigas: as antigas custodias damenciña popular" (culturagalega.org). El 6 de diciembre del citado año, Ana de Castro fue obligada a pasearse por las calles de Santiago a lomos de un burro; mientras recorría la ciudad, la azotaron, la insultaron, le escupieron...y, 25 años después, en 1651, el inquisidor Juan Rojo, de visita en Pontevedra, donde en aquella altura residía una Ana que se había casado con un tal Benito de Graña, ordenó reabrir su caso devolviéndola a las temibles cárceles del Tribunal, expropiándole todas sus propiedades, propinándole otros doscientos azotes y obligándola a marcharse de Galicia.

 Es la última noticia que se tiene de esta mujer nacida en Armenteira (Meis) contra quien declararon veinte vecinos, acusándola de hechos ("tratos con el demonio"), jamás comprobados.

María Soliño
Tal vez en ello tenga mucho que ver el poema que le dedicó Celso Emilio Ferreiro ("Ai, que soliña quedaches/ María Soliña...") pero la canguesa María Soliño (la literatura feminizó su apellido) es probablemente la "meiga" más mitificada de Galicia, una mujer cuya vicisitud ha sido llevada, recreada y aún diríamos que "inventada" en el teatro y en el cine.
La biógrafa Encarna Otero Cepeda, en el Álbum de Mulleres, reconoce que su caso no aparece reflejado en ningún archivo notarial ni de la Inquisición, y que los escasos datos que se conocen proceden del "Memorial al Rei", enviado en 1617 por Jerónimo Núñez, procurador de Cangas. Basándose en esa fuente, Encarna Otero escribe que "María Soliña, junto con otras compañeras, fue encarcelada y torturada; sus bienes fueron confiscados por el Santo Oficio y ella condenada por brujería. Pero lo cierto es que nunca fue quemada viva" sino que "la locura, el hambre y la miseria fueron las que acabaron con su vida".
 De ella se ha llegado a afirmar que seguía apareciéndose a los vecinos tras su muerte y que era la líder de los aquelarres que se celebraban, en la actual parroquia de Coiro, aunque más bien deberíamos ceñirnos a la que verdaderamente era su vocación: curandera.

LUCIA FIDALGO
Mayor cantidad de datos probados son los que Anxos Sumai dispone de Lucía Fidalgo, hija de madre soltera y nacida en la aldea lucense de San Martiño de Denlle. Tras el fallecimiento de su madre, Lucía sobrevivió dedicándose, a la vez, a la prostitución y a pedir limosna por las casas. Sería precisamente una persona que le dio limosna, refiere Anxos Sumai, quien denunciaría a Lucía echándole la culpa de haberle "botado o mal de ollo" a ocho crías de cerdo. Ante el juez seglar, asustada, Lucía Fidalgo llegó a decir que su madre, cuando era un bebé, la había vendido al diablo. Salió en libertad bajo la promesa de deshacer el hechizo contra los cerditos y porque, a sus 26 de edad y pobre de solemnidad, hasta el mismísimo, y ya citado inquisidor Juan Rojo, se apiadó de la joven.
Pero, al igual que ocurrió con Ana de Castro, el Santo Oficio no se olvidó de ella: cuatro años después, el 1 de mayo de 1650, ingresa de nuevo en las cárceles del Tribunal en Compostela: "Fue tal la cantidad de desatinos que llegó a confesar -refiere Anxos Sumai- que hasta los propios jueces inquisidores suspendieron la monición, creyendo que estaba sin juicio...porque no decía cosa con cosa". Y tal que a María Soliño, las torturas volvieron loca a una Lucía Fidalgo que se libró de la ejecución en la hoguera, a la que en principio había sido condenada, por una sentencia consistente en doscientos azotes y destierro.

MARIA RODRIGUES
Quien no se libró de la hoguera fue María Rodrigues, nacida en la localizad portuguesa de Ponte da Lima pero que, tras ser acusada de brujería, en 1577 sería entregada por el arzobispado de Braga al obispado de Tui, desde el cual se la envió para ser juzgada en Santiago, a donde llegó, apunta Anxos Sumai, "mutilada y agotada". Durante las torturas, consumida por el dolor, María llegó a confesar que no solo conocía al diablo, sino que había mantenido relaciones sexuales con él, que le había entregado su cuerpo y su espíritu, que era su esclava y que era él, o sea, el demonio, quien la trasladaba por el aire de un lugar a otro. Esas "confesiones" propiciaron, en principio, su liberación, pero dos años después, cuando contaba 38 de edad, María sería acusada de reincidente: murió consumida por las llamas en la actual Plaza de Cervantes de Santiago el 30 de noviembre de 1579.

Comentarios

Entradas populares