MI ABUELA DE LUTO RIGUROSO.

Mi abuela de luto riguroso. Mi abuela era chiquitita de estatura, pero inolvidable su estampa y su recuerdo que se agranda en mi con el paso del tiempo, que inexorable borra y se lleva nuestra memoria. Mi abuela era como uno de esos agujeros negros, que dicen existen más allá del firmamento azul, donde la materia y la anti materia se confunden en la nada, te atraen en un magnético campo gravitatorio y te atrapan para siempre. No la imagino de otro color que el negro más riguroso imposible, porque el luto era su razón de ser. El único color que le recuerdo era el brillo de sus ojos húmedos de los que resbalaban aprendices de lágrimas, cuando me daba una perra chica y me decía pegada a mi oído en un susurro: -Que no se entere tu abuelo. Toma para una gaseosa. Mi abuela era aquel moño con el que se recogía el pelo desmañado que se le escapaba entre las canas, las miradas esquivas y el silencio contenido. Mi abuela era el misterio nunca desvelado de su dormitorio cerrado a cal y canto en el que teníamos estrictamente prohibido entrar y al que nos asomábamos atraídos por el hechizo de lo que se prohíbe y llama por ti, y aquella virgen del Carmen sobre la cabecera de su cama con dos lamparitas de aceite día y noche encendidas.
Mi abuela era de pocas palabras, parca en explicaciones y generosa de gestos y miradas, pequeña de tamaño y dura como el granito de la roca del Monte Coronado que veíamos en la distancia cuando bajábamos a la Alameda y calle Larios a algún recado. Mi abuela era el miedo de la guerra, la entrada de los moros en Málaga, la Desbandá nunca olvidada, las penurias del hambre de la post guerra, la vida para sus hijas y mi abuelo. Mi abuela pasó por esta vida, sin conocerla apenas, sin darse cuenta y de puntillas por no molestar a nadie y sigue viva, porque Yo todavía guardo su recuerdo, ¿los demás? Quien sabe.
Mi abuela se lavaba las manos con alcohol barato de botica, hasta que se le quemaron al prenderse en un descuido mientras encendía el picón de su cocina, porque conservó hasta su muerte un temor irracional a la suciedad de la miseria, de la que procuraba escurrirse para escapar de ella. Mi abuela cosía y descosía sentada en una destartalada mecedora de enea, sobre una mesa de camilla con brasero de carbón bajo sus faldas para engañar el frío de las tardes de invierno, tan largas como oscuras y calentar sus huesos.
Mi abuela consumió el préstamo de tiempo que le hicieron matándolo lentamente hasta que ese mismo tiempo acabó por matarla a ella, inexorable, y un buen día se olvidó de abrir los ojos y despertarse, lavarse la cara en la jofaina de su cuarto, ponerse el luto por montera y peinarse, y de ese modo se convirtió en una sombra sin pasos en una cara arrugada en una vieja foto amarilla de un álbum, en un recuerdo de nosotros, niños de ciudad que escapábamos demasiado deprisa de nuestra infancia a golpe de vara de nuestros maestros sobre el pupitre en el que nos sentábamos, mientras recitábamos a coro; El Miño nace en fuente miña provincia de Lugo. Pasa por Lugo y Orense, y desemboca en la Guardia, frontera con Portugal...... Angel Utrera

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