RECUERDOS OLVIDADOS.

Los recuerdos en ocasiones son como esos famosos y desconocidos agujeros negros del espacio sideral de los que todo el mundo habla, pero no se sabe ni que son, ni donde están, ya saben la guerra de la materia y la anti materia. Los recuerdos de la infancia aún resultan más insondables y desconcertantes. Son como esos ríos bravos de montaña, libres y salvajes que bajan arrastrándolo todo, saltando entre peñascos gigantescos formando imposibles cascadas y torrenteras maravillosas y de repente desaparecen bajo la tierra oscura de una nebulosa intermitente de olvido, para reaparecer nuevamente galopando sobre un hermoso corcel blanco y libre como el viento de la vida, a lomos de lo que hemos recuperado de entre las sombras del pasado olvidado, memoria esquiva y trasnochada que va como alma en pena de santa compaña entre los árboles del bosque preñado de neblina y formas borrosas, como lo que creemos que soñamos, o recordamos todavía.
Los recuerdos rescatados de esa memoria viajera que va y viene caprichosa se ríe de lo que quisimos, de cuanto hicimos o intentamos, de las palabras primeras que aprendimos en tazones de leche caliente y galletas María Fontaneda. Los recuerdos perdidos se vengan de nosotros con los aromas y los olores que pensábamos perdidos para siempre, y nos hacen sufrir y titubear enredados en sensaciones lejanas, pero nunca olvidadas.
La memoria es lo que somos, nunca lo que fuimos, porque recordar es revivir, y revivir es vivir dos vece todo aquello que sentíamos. Los recuerdos de la niñez, de infancia y adolescencia son como ese río del que os hablaba antes, en ocasiones se seca, a veces viene cargado de caudal, otras turbio, manso, oscuro o transparente, renaciendo en pequeñas fuentes, en obtusos lagos verdes de vida.
Los recuerdos son como el romero en flor, como la hierba buena y el tomillo de los montes. Son como el rojo de los geranios en los balcones. Mantones de manila de colores y el silencio de la noche que rasga el tañido de una guitarra, una risa lejana casi apagada o los ladridos de un perro cualquiera. Los recuerdos se escapan de ti sin darse cuenta mientras das vueltas y vueltas sobre el colchón de tu cama en noches de insomnio y desvelo, mientras piensas y repasas una y mil veces imágenes desenfocadas de caminos recorridos de poco en poco por ese niño que he perdido mientras se iba transformando en hombre, .

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