LA FAROLA..


Es extraño, porque en ocasiones guardamos estúpidos recuerdos incomprendidos, sorprendentes o inútiles, a los que no encontramos explicación.
Hace tiempo, recuerdo ahora, llegué a un inhóspito y solitario lugar, casi por casualidad, más bien perdido. Me veo allí, atrapado entre esos recuerdos malditos que te asaltan a traición y a contra mano sin que tú quieras recuperarlos, en medio de la nada absoluta de un páramo desierto, infinitamente hostil y estéril que acaba por tragarse tu mirada más allá de la lógica de la razón entre las sombras borrosas del horizonte, sin llegar a distinguir nada que no sea llanura, soledad, silencio, viento ,  arcilla y barro .

Frente a mí, sorprendentemente había una farola. Eso en sí mismo no tendría nada de sorprendente ya que era un farola mas, una  como tantas, solo que allí en medio, resultaba un elemento disonante, carente de sentido ni explicación racional. Encontrarse una farola en aquel lugar no era normal. Una farola vulgar pero sin cables ni bombilla, por lo que resultaba lógico pensar que no servía para iluminar nada, aunque bien mirado tampoco había nada que sacar de las sombras, ni casas, ni caminos, ni tan siquiera un poste indicador de esta o aquella dirección. Porque en muchos kilómetros al rededor no ibas a encontrar absolutamente nada, ni siquiera árboles.


Así que pensé sorprendido que resultaba cómico y carecía de toda lógica, que alguien tuviera la ocurrencia de poner ahí una farola, inútil, inservible en medio de aquel vacío completo.

Al apoyar mi mano en ella y tocarla, sentí el calor que desprendía el metal recalentado por el sol que despiadado se desparramaba sobre aquella soledad esteparia, sedienta y polvorienta, mientras dejaba que mi  mirada se derritiera entre aquella tierra reseca y cuarteada, tan sedienta como yo mismo.
En tanto escupía saliva pegajosa y daba un buen trago de agua de mi cantimplora, mientras removía con la punta de mi bota, piedras y matojos de cardos arrastrados por un viento seco y ardiente, insoportable, no pude dejar de mirarla, francamente molesto por algo tan inusual  .





Recuerdo aquella agobiante sensación de abandono como si fuera en este mismo instante, en el que mientras vaciaba mi vejiga contra aquella farola metálica como un acto de venganza, pensaba que si yo fuera un perro agradecería aquella cosa allí en medio, para levantar mi pata y marcar mi territorio, mientras meo. Claro me dije con una sonrisa sarcástica pintada a medias en mis labios,  que para eso, hay que ser un perro y vivir por aquí, y Yo soy tan solo un viajero extraviado.

Así que  con gesto tranquilo recogí mi mochila del suelo polvoriento y me la colgué sobre los hombros, mientras secaba con un arrugado y sucio pañuelo, el sudor de mi frente reanudando la marcha, que me señalaba el destino, más allá de cualquier camino.

Mientras me alejaba volví la cabeza atrás, varias veces, desconfiando, como para asegurarme que no había sido un espejismo, un sueño, imaginaciones mías, pero no allí seguía impertérrita aquella estúpida cosa, alzada del suelo en medio de su nada y de la mía, y posada sobre ella la negrura de un cuervo.
   

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