REALIDAD INVENTADA.



Hace mucho, mucho tiempo cuentan que existió un despiadado Bandido al que todos los habitantes de la tierra temían y conocían por su crueldad.
Aunque tratándose de un cuento, tal vez sería conveniente empezar con el consabido:
Erase que se era, ...o Erase una vez....

Aquel bandolero, raptaba y conducía a sus victimas hasta el interior de su cueva, en las profundidades de la tierra, donde nadie había osado jamas adentrarse, allí  dicen los que llegaron a conocerle, que se escondía y guardaba el fruto de sus despropósitos. 
Era en esta fría y oscura gruta donde atadas de pies y manos arrojaba a sus pobres prisioneros sobre su cama.

Con ello, este bandido loco y despiadado pretendía  antes de nada ajustar las medidas de sus cautivos a la de su cama, con la absurda pretensión de que encajaran perfectamente a ella, porque pobres de los que no cumplían a rajatabla esta absurda medida.


Cuentan los aldeanos de aquel lugar, casi en su susurro de temor, que si resultaba que aquellos eran mas pequeños que el lecho, el bandolero los ataba con gruesas cuerdas de pita  por las manos y pies y comenzaba a dar vueltas con una  gigantesca polea que al girar los iba estirando en cruel tormento hasta que descoyuntados de pies y brazos, morían entre espantosos suplicios.


Pero en el caso de que resultara que aquellos pobres eran de tamaño mayor a su cama, el tormento aún resultaba peor, ya que procedía a cortar  a hachazos los pies y piernas de sus pobres victimas a la medida justa de su cama .
Con ello , según relataban aquella gente, la mente enferma de este bandido asesino pretendía siempre amoldar la realidad de sus prisioneros a la medida de su lecho, porque estaba imbuido de la estricta necesidad de que la realidad se ajustara siempre a su representación mental..

Hoy en día vemos a diario, como algunas personas se empecinan también estúpidamente en que la realidad tiene que ser como ellos la han concebido e imaginado, y en caso contrario intentan amoldarla a sus intereses, nunca al revés, atrapados en el absurdo de su intransigencia.

Su estrechez y cortedad de miras es de tal calibre que son incapaces de comprender y aceptar las cosas tal y como suceden porque si, y una y otra vez gastan sus energías y queman su vida y su felicidad procurando que aquella se ajuste completamente a sus deseos.
Pobres, de cuerpo y espíritu, nunca lo conseguirán, pero no desfallecen.

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