EL INFINITO EN UN JUNCO. (IRENE VALLEJO Y LA INVENCION DE LOS LIBROS DEL MUNDO ANTIGUO).

EL INFINITO EN UN JUNCO.- PREMIO NACIONAL DE ENSAYO 2020 Premio el Ojo Crítico de Narrativa 2019 Premio Las Librerías Recomiendan de No Ficción 2020 Premio Búho al Mejor Libro de 2019, que otorga la Asociación Aragonesa ... Google Books Fecha de publicación original: 18 de septiembre de 2019 Autora: Irene Vallejo Moreu Premios: Premio Nacional de Ensayo 150.000 ejemplares vendidos .26 ediciones. Traducido a 30 lenguas. Un ensayo de 400 páginas sobre la invención de los libros en el mundo antiguo no parecía de entrada el material más idóneo para provocar estas 26 ediciones, 150.000 ejemplares vendidos desde septiembre de 2019, de las que hablamos, en estos tiempos grises de virus y pandemia en las que los lectores prefieren la evasión o victoria, y escaparse de la realidad, no enfrascarse en un libro cargado de datos, historias sobre el mundo clásico, y la invención de los libros desde que el hombre escribía en tablillas de barro, papiros, pergaminos y más muchos más. Todo un descubrimiento que resulta ya imprescindible leer para comprender nuestra historia porque estamos ante una obra de arte, una pequeña gran joya de nuestra literatura universal.
A lo largo de sus páginas iremos descubriendo y aprendiendo la historia de estos ;Ptolomeo, Alejandro Magno, de Cleopatra y Marco Antonio, de Aquiles y Ulises, de Hesíodo y Platón, y tantos y tantos pensadores, escritores desconocidos o no tanto héroes y villanos antiguos que escribieron para nosotros la historia de la humanidad, a través de los libros, que es de lo que habla Irene Vallejo con mas que suficiente conocimiento de causa, y muchas, muchísimas horas de investigación a través de estas 400 páginas, que saben a poco, porque aún nos falta otra apasionante parte de la historia a partir de la aparición de la imprenta y Gutenberg. Todo lo que alguien amante de los libros y la literatura pueda imaginar; Bibliotecas de ensueño, filósofos, pensadores, escuelas de arte y pensamiento, esclavos y libertos, emperadores y sumisos humildes desconocidos escribas. De todo ello, a lo largo de siglos va este maravilloso viaje en el que como Ulises nos embarcamos a través de los tiempos para conocer mas y mejor, lo que los libros han supuesto en la historia de la humanidad contra viento y marea de la ignorancia, el miedo y el odio.
Cuenta Irene Vallejo en su libro sobre la historia de la invención de los libros en el mundo antiguo este: El infinito en un junco”, del que hablamos, que el librero Paco Puche, en sus Memorias de librería afirma: No se puede medir el efecto que tiene una librería en la ciudad que la acoge, ni la energía que despliega en sus calles, que transmite a sus habitantes. Sin duda que comparto plenamente esta reflexión porque mis recuerdos están con ellos, todos esos guardianes del saber que con delicada paciencia, inmensa comprensión y generosidad sin límites por encima de criterios de rentabilidad o negocio, sostuvieron y se mantuvieron contra viento y marea al frente de estas cuevas del saber, guaridas de miles de historias, en las que ratas de bibliotecas como Yo buceábamos buscando un tesoro, para encontrar mucho más que eso; sueños, fantasías, vidas atrapadas, historias, aventuras y desventuras, y la experiencia y el saber de los que quedaron para siempre atrapados entre las páginas de un libro, bajo un nombre, un título cualquiera y un arabesco que identificaba lo que ibas a encontrarte en su interior, cuando mirabas el lomo acartonado del mismo.
No me engaña la memoria cuando me veo transportado en mis recuerdos al interior del mercado, la plaza, como nosotros la conocíamos, en Granada, a espaldas de la mítica Plaza de Bib-Rambla, de mi infancia por cuyas callejas y callejones del Zacatín aprendí a montar en bicicleta. Conocida popularmente por los granadinos como Bibarrambla, es uno de los espacios más transformados y antiguos de la ciudad. Primera plaza de la antigua Medina Garnata en tiempos nazaríes, se ha mantenido a través de los siglos como la principal de Granada, siendo escenario y testigo mudo al mismo tiempo de zocos musulmanes, justas medievales, corridas de toros, autos de fe, ejecuciones públicas, celebraciones populares y procesiones del Corpus Christi, sin olvidarse de los montajes de aquellos escenarios donde los teatros de marionetas nos hacían felices todos los veranos.
En uno de aquellos estrechos pasadizos, tenía Juanito su tenderete en el que almacenaba libros de cuentos, revistas, libros nuevos y usados, novelas de Corín Tellado, el Llanero Solitario, El Pumby, el Pulgarcito, el TBO y tantas otras publicaciones como te puedas imaginar. Aquel puesto resultaba para mí un poderoso y mágico imán del que me resultaba más que difícil apartarme a pesar de que mi madre, una y otra vez me prohibía acercarme por allí, y tan escrupulosa ella, cada vez que me encontraba algunos tebeos viejos, de los usados que y cambiaba allí, por otros una vez leídos y una peseta o diez reales, según cual me llevaba, los tiraba a la basura porque decía que estaban llenos de gérmenes y enfermedades y que no fuera por allí que se me podía pegar algo malo. Con mis pocos años, no entendía aquella preocupación de mi madre, con el tiempo comprendí que el pobre hombre había sido operado de cáncer de laringe, y por eso tenía aquel tubito en el cuello, y hablaba tan raro. Eso es lo que a ella le hacía querer apartarme de que lugar.
Aquello era el paraíso, en die metros cuadrados de libro y revistas hasta el techo, que yo sentado en el suelo revisaba, y me empapaba de ellas, hasta encontrar algunas que llevarme, dejando las viejas ya leídas. Con el tiempo y el paso de los años, esta pasión mía por los libros, se moderó y transformó con un carnet de socio de biblioteca, ya en Madrid, primero en la Biblioteca Municipal de Cuatro Caminos, y más tarde al poder pisar y recorrer los pasillos e inmensas salas de la Biblioteca Nacional, aunque para ser sincero jamás me sentí a gusto allí, porque entendía que aquel lugar era demasiado sagrado y elevado para mí. La oportunidad de ir adquiriendo libros a mi gusto y de mi propiedad y no solo de prestado, siempre me dolió en el alma tener que deshacerme de ellos, y devolverlos pasados los quince días de préstamo a las oficinas de la Biblioteca, me la brindarían desde una extraña librería en Moncloa; Librería Lecto, siempre estará en mi corazón, porque me dieron sin conocerme de nada, la oportunidad de ser el titular de un “Cuenta libro”, como ellos le llamaban, te podías llevar los libros que quisieras, con la única obligación de pagar 25 pesetas al mes para ir amortizando tu deudo en libros con ellos.
Años más tarde, ya viviendo en Noya (Coruña), paseando una tarde por las impresionantes rúas de esta ciudad donde los poetas afirman que la lluvia es arte, Santiago de Compostela, encontré una vieja librería, de las de siempre. Escaparate con cuadriculas de cristal desde la que mirar las estanterías atiborradas de libros. Enormes estantes que cubrían del suelo al techo el interior de la tienda. Columnas de libros desparramados por el suelo y el viejo González, con sus gafas de nácar redonditas, sus manguitos y guantes de lana que dejaban los extremos de los dedos al aire, y la cabeza cubierta secularmente con aquella vieja boina, ya parte de el mismo, por inseparable.
No sé cómo empezamos a hablar como era de suponer de libros, y sobre libros, la tienda estaba vacía, y poco a poco sintiéndome más que a gusto con aquel hombre menudo y lucido, empecé a hablar de mí, y le conté como había tenido hacia años mi primera cuenta libro en Madrid. Sin pensarlo dos veces, el viejo González, sacó de debajo del mostrador un inmenso libro diario de cuentas, y con aquella plumilla de tinta y una letra gótica inconfundible e irrepetible en su firme belleza me preguntó, nombre, dirección…ya tiene Vd. Abierta su cuenta libro, ¿cuanto quiere pagar al mes? Durante años, le agradecía aquella confianza y su generosidad, llevándome todos los libros que fui necesitando y saldando mi deuda a razón de quinientas pesetas mensuales.
Con el tiempo aquello, se fue perdiendo, dejé de ir por allí, y no volví a saber de él, hasta que en otra ocasión vi la vieja librería cerrada, y supe por un conocido común que estaba internado en un asilo de ancianos, poco tiempo después fallecía, la librería nunca más se volvió a abrir, porque él era el corazón de la misma, y al dejar de latir, se murió para siempre. Me gusta creer en la idea de que las librerías de siempre, las de los viejos libreros que aman los libros más allá de entenderlos como un simple negocio del que vivir, son como médicos del espíritu, que alimentan la curiosidad de sus clientes, algunos habidos lectores que acuden a ellos buscando consejo y alivio a sus atormentadas almas, necesitadas del maná de la lectura, si o sí.
Ellos tienen el deber y así lo sienten de comprender las inquietudes de sus clientes, y en ocasiones se transforman con el paso de los años en auténticos psicólogos capaces de detectar gustos, necesidades, miedos, preferencias, ignorancia o simplemente necesidad por leer y son capaces de recomendarte aquel libro, aquel misterio, aquel descubrimiento que andabas buscando. Por eso comprendo perfectamente el fracaso, la tristeza, el abatimiento de aquel humilde librero que tras vaciar los estantes de su librería y empapelar con papel de periódico y estraza que con el tiempo se volvieron amarillentas denuncias y vergüenzas ante nuestra desidia, las cristaleras de su escaparate terreno baldío y erial de polvo y telas de araña, después de colgar el cartel de cerrado, colocó un atril en primera persona mudo testigo y denuncia, en una extraña y terrible soledad desapacible e inquietante, con un único libro; CERRADO POR MELANCOLIA, del escritor argentino Isidoro Blaisten.
Mientras escribo estas reflexiones, recuerdo aquella película; “El Diario de Noah” en la que el protagonista masculino leía todos los días a Allie unas páginas de su diario, con hermosas historias de vida, el pasado de los protagonistas de aquel diario. Poco a poco vamos descubriendo al compás del ritmo delicado y tierno de la narración el sentido final de aquellas horas de lectura compartida en voz alta que transportan al espectador a otro tiempo pasado, de la mano de los personajes que la conforman. Con aquellas lecturas tan solo pretendía recordar una historia de amor entre los dos protagonistas de la historia, Allie (aquejada de demencia senil, por culpa del Alzheimer), y él mismo, conseguir pequeños trozos de lucidez en la mente perdida de su esposa, y hacerla feliz durante los breves instantes, fogonazos de lucidez en los que su mente recuerda con claridad que fue amada y amó.
Este, sin duda, es un ejemplo claro de cómo la escritura nos hace felices, y cómo plasma por escrito sensaciones, pensamientos, reflexiones, que nos remueven y aportan estados de ánimos diferentes. Los libros en sí mismos nos aportan inmensos poderes analgésicos. Al compartir con los demás estas historias, aventuras, conocimientos, historias o vivencias de otros, a través de las palabras que el escritor plasma en el libro consigues acercarte a ellos. Conseguirás un desarrollo personal, intelectual y espiritual e incluso lo aprendido te permitirá observarte y aceptarte como otra persona, en otra realidad, en muchas y diferentes situaciones de la vida. Los libros te ayudan a descifrar y comprender tus sentimientos, a expresarme más adecuadamente, a conocerte mejor y hacerme mejor persona, al tiempo que vas descubriendo otros mundos, y realidades muy diferentes de la tuya, en la que nunca pensaste ni siquiera imaginaste que pudieran existir, pero ahí están atrapadas para ti, para todos nosotros en las páginas de un libro. Es ahí donde se esconde el maravilloso poder de los libros, en esta poderosa posibilidad de abrir puertas una tras otra de forma ilimitada, cada vez que alguien diferente coge y lee ese mismo libro, que tú ya acabas de terminar.
Sin duda ese es nuestro mejor legado, nuestra herencia más valiosa, única e irrepetible. Leer exige creer la historia que nos atrapa, pero también crearla antes y dejarla escrita en las páginas de un libro. La literatura, en palabras de la escritora Ursula K.Le Guin, propone una colaboración entre el narrador y el público, entre el escritor y el lector; es fabulación y confabulación. Porque sin lugar a dudas como bien nos transmite en su libro Irene Vallejo; Leer es escuchar música hecha palabras. Leer es cercanía y extrañeza. Es a veces hablar con los muertos para sentirnos más vivos. Es viaje inmóvil. Es una maravilla cotidiana. En este tiempo de reclusión , hemos comprobado que los libros amansan la ansiedad y nos regalan lejanías. A lo largo de los siglos, estos cofres de palabras han sobrevivido a guerras, dictaduras, sequías, crisis y catástrofes. Una y otra vez, nos ofrecen en sus páginas-como brazos abiertos- las ideas, las historias y los cuentos que necesitaremos para escribir el mañana. Los libros son esos objetos vulnerables que siempre estuvieron a nuestro lado y de nuestra parte y que nos rescatan de toda clase de encierros con solo tenues movimientos de nuestros ojos y manos, y nos recuerdan que el universo entero puede caber en los surcos de una página impresa. El infinito en un junco, sin duda alguna. Gracias a Irene Vallejo por este regalo de ilusión, por estas horas de fantasía, de sueños, de historia y pasado vivo porque no se puede olvidar lo que somos, lo que fuimos, de donde venimos y donde estamos.
Las fotografias que acompañan esta entrada las he tomado pretadas del muro personal del facebook de la propia autora Irene Vallejo, a la que pido disculpas por el atreviiento.

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