EL ARTE DE ENVEJECER.

 



El arte de envejecer.-

Envejecer es tan difícil como morir solo.

Es recordar las medias de cristal de nuestras novias primerizas jugando a ser mujer, a las que siempre se les corría las medias, con una carrera inoportuna.

Ver las cacas blanqueadas de los perros en los parques, mientras dejas pasar el tiempo que no tiene prisa, pero corre.

Jugar al escondite con tus recuerdos más íntimos y auténticos, los que nunca se olvidan.

Aquellas navidades blancas de carámbanos en las fuentes, de guantes de lana con agujeros, pantalón corto, sabañones en las orejas  y zapatos gorila. Navidades de  villancicos, zambombas y pandereta y la ilusión de los Reyes Magos.



Envejecer es dejar de tener hambre, como entonces, famélicos a todas horas cuando comías de todo y nada te caía mal, con esta pertinaz acidez y mal sabor que te acompaña, aliento podrido que te avisa y previene que el tiempo se te acaba.

Envejecer es sentirse cansado, feo y viejo. Solo un estorbo al que apartar de todo, porque es frágil e inservible.

Envejecer en solitario sintiendo el mal conocido del nido vacío, mientras te fumas un porro que ya no te sabe como antes, como entonces, porque ahora no tiene ese sabor, ese aroma de lo prohibido y peligroso que añoras.

Envejecer es olvidarse de cómo se hacen castillos en el aire y mirar pasar las nubes sin jugar a adivinar sus formas y colores mágicos.


Es sentir que las flores ya no huelen y que mis pies desnudos ya no juegan a hundirse en la arena bajo la ola, mar y sal de sueños y esperanzas.

Saber, ahora sí, de una vez por todas y para siempre, para que sirvo, que me gusta hacer, que hubiera querido ser y quien, que sería de poder vivir otra vida. Un imposible, absurdo, ya lo sé.

Y revivir aquellas noches de verano, aquellos cines al aire libre con silla de tijeras y perfume de biznagas y jazmines.

El Capitán Ahab y su ballena asesina. Los salvajes y las minas del rey Salomón, aventuras con sabor a sal, en pantalla de sábanas blancas de pipas de melón y altramuces.

Envejecer es ignorar tantos recuerdos y vivencias que se te han ido borrando hasta desaparecer de tu memoria por el camino de la vida, y donde solo te queda la amarga decepción de lo perdido, el hastío y la desilusión y un miedo gris que te arropa hasta asfixiarte con esa triste sensación de fracaso que llevas a tu lado por compañera.

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Envejecer es matar de a poco a aquel niño que juagaba a la alegría en cualquier patio de colegio, corriendo en bicicleta contra el viento, inconsciente, feliz y seguro de que tenía toda la vida por delante.

Envejecer es darse cuenta de que aquel; "Todo el tiempo del mundo", se te ha acabado, se ha ido escurriendo rápidamente entre los dedos de tus manos, sin darte cuenta, y lo has derrochado inútilmente y sin remedio.

Envejecer es tener la certeza de que tu vida ha sido sólo un instante, y nadie te recordará ni echará de menos cuando vuelvas ceniza y polvo a la tierra madre.

Tras el dorado otoño de hojas muertas y desnudos

regresarán las viajeras nubes.

Olvidarémos despacio otro invierno, aunque nos cueste,

aunque sea tarde y a deshora.



Pasarémos las horas traicioneras que llegarán malditas

de entre mustias sombras condenadas.

Y la primavera ociosa de las flores

colmará nuestros sentidos con su aroma

mientras el verano dirá adios al pasado 

entre las olas de inocencia y aprendizaje

cuando  aprendiamos a vivir,

toda la vida por delante al inicio de aquel camino

sin darnos cuenta, entonces de lo poco que el tiempo dura. 

Angel Utrera   

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