SE LLAMABA LUCIA (Microrelatos con sabor a Sal).
Su imagen y su recuerdo me asaltan, escondido detrás del escaparate
de aquella cuchillería de la calle Villamil, en el barrio de Estrecho cerca de
la boca de metro con aquel triangulo de
alumbrar por la noche de los de siempre, que alguien se había encargado de
romper a pedradas y enfados, a la salida del colegio.
La recuerdo y cumplo años, y
pasan y guardo recuerdos, felices y amargos y ella que madura y Yo que continuo
con mis juegos de aprendiz de hombre, y que la sigo amando en silencio, de
lejos, sin palabras. Y ella tan niña al principio, se transforma en mujer que
ya despunta en aquellos pechos que ni imaginar puedo porque ignoro su imagen,
su tacto, su tersura, su calor de piel bajo la ropa y pelo largo; tan linda, tan limpia, tan suave en sueños
como en fantasías inventadas, y la angustia de no verla cuando alguna vez se
retrasa la salida del colegio y no suena el timbre libertario, y llego tarde a
pesar de mi carrera contra el viento, jugando a que me quiere, a que somos
novios y nos tomamos de la mano.
Tiempo de playas, de verano, de
final de cursos y vacaciones que nos separan, para volver de nuevo al tormento
de su mirada de soslayo, de sus risas, de sus cuchicheos y por fin un día de
pantalón largo recién estrenado con el nuevo curso, el primero de bachillerato,
que me acerco, y dejo de espiar desde la esquina y la sigo a tan solo unos
pasos, y ella que hace que se le cae un libro y se detiene, y deja que se
marchen las amigas y se da vuelta y mi mira clavando sus ojos verdes en los
míos incendiados, incendiarios de miedo, de vergüenza y de deseo, y me dice con
una media sonrisa y desenfado.
Angel Utrera.
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