ITACA.
Únicamente si así te lo propones
conseguirás alcanzar la arena tibia de sus playas desiertas, porque habrás
conseguido ir comprendiendo y serás al
fin consciente de que mientras caminabas
ganabas en las pequeñas cosas que te procuraban consuelo y esperanza,
aprendiste a mirar y no solo a ver, supiste escuchar no únicamente oír.
Entonces y solo entonces, podrás
decir que conoces el valor de lo insignificante y definirlo sin palabras,
porque tú mismo conocerás que aunque fuiste insignificante, aunque eres poca
cosa, casi nada, una piedra que rueda, una flor marchita, el graznido de un pájaro,
una hebra de hierba, resultas único y valioso,
porque eres en ti mismo irrepetible en este hoy de tiempo y espacio que habitas
y consumes mientras vives.
Solo entonces, alcanzarás la sabiduría
necesaria para iniciar sin temor tu singladura y ten por seguro que Ítaca te
seguirá esperando y cuando llegues acogerá tiernamente, como la amante en el
abrazo ampara a su amado, las huellas de tus pies cansados y tus recuerdos más
entrañables para siempre.
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