LA MEMORIA DE MI PADRE.
Sonríe y me mira extrañado sin verme cuando le hablo de
aquellos juegos a tirarle penaltis, de a peseta los marcados en cualquier campo
de margaritas, preñado de tréboles de cuatro hojas y olor a resina y monte.
Sonríe y me mira perdido sin comprender que le estoy
hablando de mi madre y su tortilla de patatas de la paella en el fuego cociéndose
y de mis hermanas en el capazo o sobre una manta, con dos o tres años.
Mi padre ya no se acuerda de cuando nos hacía el circo,
los domingos en la cama al despertarle antes de arreglarnos para ir a misa saltando los escalones de la escalera atropellados
de dos en dos, de cuatro en cuatro y el
cogido del brazo de mi madre, mandando que nos comportemos como niños educados
y no corramos entre la gente por la calle.
También ha olvidado aquellos viajes a Antequera,
Campillos, el sabor del guiso de conejo de monte, el calor del verano y las
visitas a mi hermano y su tristeza al despedirnos.
Mi padre no sabe ya quien soy. me mira y apenas habla.
Al final, como siempre que voy a visitarlo me anima a que
me marche, casi me echa porque todavía le queda mucho trabajo atrasado.
Mi padre ya no recuerda nada ni a nadie, ni siquiera habla nunca de mi
madre..
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