HOSPITALES.


Hay lugares en los que a nadie le gusta permanecer, si acaso el mínimo tiempo imprescindible de cortesía y visita, como un acto social mas, ya se sabe, si acaso como aquellas señoras de antes, enfundadas en un luto extravagante hasta arriba de negro, que te decían al encontrártelas por las calles;

-Vamos de visita a casa de los señores de futanes.

Y tan campantes, mas chulas que un "San Luis".


Ir de visita a un Hospital también resulta una actividad más que recomendable, no sé porque se prohíbe la entrada a los hospitales a los niños, tal vez para protegerlos de la enfermedad y evitarles la fealdad de la decrepitud del cuerpo, y la putrefacción del espíritu, en contacto con la muerte, pero entiende que deberíamos aceptar y enfrentarnos a ello de una manera natural, porque tanto la enfermedad como la muerte forma parte del ciclo de la vida; nacer, crecer, reproducirse y morir.

Tengo un amigo que pasaba buena parte de su tiempo libre, sobre todo en los últimos años, de visita a amigos, vecinos y conocidos que se encontraban internados en un hospital.


El era a su modo feliz haciendo estas visitas de cumplido y buen samaritano ha las que se dedicaba en cuerpo y alma y tiempo libre era de lo único que le sobraba, era rico en tiempo libre, desde hacía años que se había jubilado.


La verdad es que Yo detesto lo hospitales y todo lo que huele y rodea el tema, resulta que soy así de raro, ya lo sé, pero es que amigos míos, en los hospitales el día dura muchas, muchísimas horas, muchas más que en la calle, y las noches son interminables e insufribles en una continua vigilia y duerme vela, de ruidos extraños, puertas que se abren y cierran y luces molestas que desvelan el frágil sueño del enfermo, sin remedio.


En los hospitales el tiempo se estira como un chicle y nunca se rompe salvo cuando sales, aunque en ocasiones salgas para el más allá.

En los hospitales todo el mundo tiene prisa: Se desayuna al alba, con los primeros rayos de ese sol que añoramos, se almuerza casi al medio día, sin hambre porque; ¿Quien va a tener apetito a las doce? y la cena tempranera, casi merienda hace que las sombras de la noche resulten interminables arropando tu insomnio en miles de pensamientos y recuerdos, a cual más funesto y gris, que hacen al doliente en su padecimiento aún más proclive a la depresión desesperada.


A veces en los hospitales sucede como en las estaciones de paso de las de antes, con su andén, su campana y su reloj, la espera es breve, pero en otras  resulta ser el destino y fin de trayecto de este maravilloso viaje que resulta ser la vida.

En los hospitales todo huele raro, diferente a todo lo que uno antes haya podido oler, y curiosamente nada te sabe a nada, empezando por los alimentos. Las visitas son molestas, y las ausencias duelen demasiado así que no sabes a qué carta quedarte.

Sinceramente creo que nadie debería tener que ir a un hospital, y mucho menos morirse en el.  

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