EL SECRETO MEJOR GUARDADO.

Hace mucho tiempo, cuando las cosas eran como ahora pero diferentes, se le contaban un secreto a alguien y este no era capaz de guardarlo para sí, mantener el silencio prometido y no contárselo a nadie, subía hasta la cima del monte más alto que hubiera en su cercanía y allí cavaba un profundo agujero, todo lo profundo que pudiera, y lentamente como en un susurro repetía el secreto, que quedaba guardado bajo tierra para siempre, y así el depositario del miso podía liberarse y olvidar el asunto hasta nunca jamás. El viejo cuento, que algunos autores reconocen como leyenda o mitología Griega, del Rey Midas y sus orejas de burro posiblemente nacen de esta curiosa tradición, que se pierda en la noche de los tiempos de la tradición oral.
El popular cuento del que hay diferentes versiones, más o menos era así, tal y como a mi me lo contaron; Había una vez en un lejano reino un rey muy avaro y egoísta. Su nombre era el de rey Midas, A pesar de tener una inmensa fortuna y muchas riquezas, era tal su avaricia que vivía obsesionado con el oro. Un día le hizo un favor a un dios y éste le concedió un deseo.
- Pídeme lo que quieras y te lo concederé -dijo el dios. - Deseo que todo lo que toque se convierta en oro -dijo entonces el rey Midas. Deseo concedido. El rey Midas estaba loco de contento porque tocaba cualquier cosa e inmediatamente se convertía en oro. La pared de su palacio, las sillas, las lámparas, hasta las alfombras se convertían en oro si las tocaba el rey Midas. Fue a la hora de comer cuando el rey Midas se sentó en su mesa de oro, con su plato de oro y su tenedor de oro. En el momento en que fue a coger un trozo de pan, el pan se convirtió en oro y al morderlo casi se le cae un diente. Lo mismo ocurrió con el agua, que al contacto con los labios de Midas el líquido se volvió oro. Todo cuanto tocaba se transformaba rápidamente en oro.
Casi se muere de hambre y de sed, así que el rey Midas le pidió al dios que se olvidara del deseo que había pedido. El dios viendo cómo Midas, que tanto adoraba el oro, había acabado por aborrecerlo, le retiró su deseo y desde ese instante las cosas volvieron a ser como antes. Pero para castigarlo por su avaricia ordenó que al rey Midas le salieron unas enormes orejas de burro. - Mira que eres burro- le dijo el dios al rey Midas. Y se fue riéndose a carcajadas dejando a Midas con sus orejas de burro. El rey Midas estaba muerto de vergüenza por sus orejas de burro y consiguió esconderlas bajo su corona de rey. Solo su peluquero sabía lo de las orejas de burro, pero bajo pena de muerte tenía prohibido contárselo a nadie. El peluquero no estaba muy seguro de poder guardar el secreto y tenía miedo de que algún día se le escapara sin querer. Así que se fue a la orilla de un río, cavó un hoyo muy hondo y susurró en el hoyo el secreto. Así el secreto quedaría enterrado. No contó con que la tierra nos devuelve todo lo que sembramos. Y en el lugar del hoyo creció un enorme junco que se doblaba cuando pasaba alguien y gritaba a los cuatro vientos.
- ¡El rey Midas tiene orejas de burro! -así gritaba el junco siempre que pasaba alguien. Y así fue como todo el mundo en de aquel Pais se enteró de que el rey Midas tenía orejas de burro. Tal vez la versión más ajustada a la leyenda y mitología Griega, que leí hace tiempo en la página web de Cuentos del Mundo, sea la siguiente: Una tarde de otoño, el rey Midas decidió salir a dar un paseo por un cercano monte de su reino, el monte Tmolo. Anduvo paseando por este, cuando se topó con una curiosa competición: Apolo, dios del sol, con su lira frente a un hombre, Marsias, que soplaba una flauta. Ambos competían por saber quién era, de los dos, el mejor músico. El rey Midas, junto a las musas, sería el jurado. Tras escuchar la música de Apolo y la de Marsias, las musas dieron por vencedor al dios, mientras que el rey Midas se decantó por Marsias. Enojado por semejante afrenta, el dios decidió castigar a ambos humanos: mató a Marsias por osar enfrentarse a un dios y transformó las orejas del rey en las de un asno. El rey avergonzado, corrió y corrió hasta cubrirse las orejas con un gorro frigio para que nadie más supiera de su castigo. No obstante, pasado un tiempo, no pudo ocultar más su secreto, tenía que quitarse el gorro para… ¡¡cortarse el pelo!! Por lo que desde entonces, su peluquero también conocía su gran secreto. El rey Midas lo amenazó de muerte si le contaba a cualquier criatura viva que tenía orejas de burro…..
El resto ya es conocido, el peluquero cavó el agujero, susurró el secreto….etc. Desde entonces ya se sabe, que non hay mejor secreto que el que no se puede contar, pero lo repetimos una y otra vez, por supuesto con la advertencia previa a nuestro interlocutor de que es un secreto que nadie debe conocer. Angel Utrera,

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