FOTOGRAFIAR EL SILENCIO.


 Las fotografías, especialmente aquellas que nos resultan más entrañables por aportarnos recuerdos íntimos, alegres o tristes, sensaciones o sentimientos del tipo que sea, reemplazan generalmente sustituyendo el lugar y el momento donde y cuando fueron tomadas, por un lugar temporo espacial que queda sustentado por nuestra escala de valores para siempre, encorsetado en el marco de las sensibilidades estéticas, sociales y morales que únicamente nosotros somos capaces de asignarle.
De esta forma, al cabo del tiempo somos capaces de redimensionar una imagen, un gesto, un paisaje, una mirada, atrapada en la instantánea, la fotografía misma, que volvemos a descubrir como si de la primera vez que la miramos se tratara.
De lo que no cabe ninguna duda, es de que a pesar de nuestros recuerdos, y la precisión más o menos exacta de nuestra memoria, esta instantánea será agradable o desagradable, nos moverá a reflexionar, o traerá evocaciones de un tipo u otro, nos hará fantasear, soñar, inventar, pero siempre, de manera diferente cada vez.
Para los filósofos, lo inexplorado se puede referir sin exageraciones a una extensión de algo, una parte del todo, tan grande como para poderse considerar autónoma, es por ello que el concepto de “Sublime”, estaría entrelazado intrínsecamente con el de extensión inexplorada, e incluso con la metáfora del tiempo, no cuantificable ni medible. Lo sublime sería más una representación espiritual materializada de la angustia, el miedo, el horror, lo peligroso, lo desconocido, lo incontrolable para el ser humano, que al mismo tiempo que rechazamos y nos protegemos de él, nos atrae como un imán.
Dentro de este “totum revolutum”, de sensaciones y sentimientos contrapuestos, la fotografía procuraría atrapar una escena, un instante, una micra de ese tiempo inmaterial que ansiamos dominar y poseer eternamente, como si la contemplación del mundo, ese entorno que nos rodea estuviera organizado por y para nosotros, y estas reglas de perspectiva con la que miramos desde el objetivo de la cámara estuviera diseñado exclusivamente para priorizar nuestras  sensibilidades visuales, así se explicaría que una misma imagen, un mismo paisaje, una misma puesta en escena, resultara completamente diferente a la cámara de dos distintos fotógrafos. Dos fotógrafos, sin duda alguna, en un mismo lugar y momento tomarían de ser cierto esta silogismo, diferentes instantáneas.
Ahora bien, tampoco debemos de dejar de lado, y olvidar nuestros propios prejuicios, y nociones preconcebidas estudiadas o innatas y aceptadas socialmente como estereotipos de lo bello y lo sublime, porque resulta innegable la influencia que sin pretenderlo siquiera, daremos al significado de la imagen reproducida por una u otra cámara fotografía, su interpretación, y nuestra respuesta que resultará determinante a la hora de calibrar esta o aquella, por su causa.
Concluiremos por tanto en que la capacidad de la fotografía es evocadora, consiste en traer a nuestra mente sensaciones, incluso olfativas y táctiles, no solo visuales, funcionando por analogía, sustituyendo la imagen captada por un recuerdo que ha permanecido en nuestra corteza craneal por años, e incluso mejorándola gracias al aporte de pequeños detalles, que permanecían en nuestro subconsciente entre luces y sombras, o tal vez nunca percibidos, y que ahora gracias a la materialización de la imagen recuperamos, a través de la luz, el movimiento congelado, la sonrisa atrapada, una mirada, el silencio respetuoso de aquel instante, quien sabe que detalle.  
Algunos fotógrafos, artistas de la imagen, la diferencia entre el genio y la vulgaridad radica ahí,  exploran y recrean rincones de nuestra mente, creando un territorio propio con el que experimentar para transmitirnos; experiencias, sentimientos, dudas, hacernos vibrar, y sobre todo sentir la soledad, el silencio, el murmullo del agua, la tempestad, las sombras de la oscuridad, el infinito del firmamento, lo grande y lo pequeño, poder alcanzar este grado implica ser fotógrafo.
Angel Utrera.     

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