SE LLAMABA LUCIA (Microrelatos con sabor a Sal).




Se llamaba Lucia; como la santa, si esa que acorta las noches y alarga los días. La recuerdo en blanco y negro en noches de  deseo y pecado, cuando todo es nuevo e imposible, y el tiempo no importa, porque tenemos el infinito por vivir y malgastarlo.
Su imagen y su recuerdo  me asaltan, escondido detrás del escaparate de aquella cuchillería de la calle Villamil, en el barrio de Estrecho cerca de la boca de metro  con aquel triangulo de alumbrar por la noche de los de siempre, que alguien se había encargado de romper a pedradas y enfados, a la salida del colegio.


Yo en pantalón corto y vergüenza larga siguiéndola con la mirada, ella de falda plisada, escocesa, camisa a cuadros y por encima el chaleco verde sin mangas, calcetines altos casi hasta la rodilla, azules y zapatos gorila de los de siempre, y la cartera de cuero en la mano, mirándome de reojo entre risas de amigas disimulando, cogidas del brazo.








La recuerdo y cumplo años, y pasan y guardo recuerdos, felices y amargos y ella que madura y Yo que continuo con mis juegos de aprendiz de hombre, y que la sigo amando en silencio, de lejos, sin palabras. Y ella tan niña al principio, se transforma en mujer que ya despunta en aquellos pechos que ni imaginar puedo porque ignoro su imagen, su tacto, su tersura, su calor de piel bajo la ropa y pelo largo;  tan linda, tan limpia, tan suave en sueños como en fantasías inventadas, y la angustia de no verla cuando alguna vez se retrasa la salida del colegio y no suena el timbre libertario, y llego tarde a pesar de mi carrera contra el viento, jugando a que me quiere, a que somos novios y nos tomamos de la mano.



Tiempo de playas, de verano, de final de cursos y vacaciones que nos separan, para volver de nuevo al tormento de su mirada de soslayo, de sus risas, de sus cuchicheos y por fin un día de pantalón largo recién estrenado con el nuevo curso, el primero de bachillerato, que me acerco, y dejo de espiar desde la esquina y la sigo a tan solo unos pasos, y ella que hace que se le cae un libro y se detiene, y deja que se marchen las amigas y se da vuelta y mi mira clavando sus ojos verdes en los míos incendiados, incendiarios de miedo, de vergüenza y de deseo, y me dice con una media sonrisa y desenfado.

-Hola. Me llamo Lucía, como la Santa que alarga las noches y acorta los días. Y tú sé que te llamas Ángel. Voy a Alvarado, me acompañas?. Mientras entrelaza sus dedos en mi mano que se deja llevar mansamente, tal vez al infierno, quien lo sabe.
Angel Utrera.


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