ELOGIO DE LA TRISTEZA



Desparramado sobre las orillas de este Nilo verde que corre aquí entre hermosos rápidos conformados por enormes bolos de granito, a resguardo de una inmensa duna de arena ardiente los niños se divierten nadando y bañándose en las templadas aguas del río de los ríos, para los Egipcios, el que les ha dado la vida y la muerte a lo largo de los siglos, el mismo que ha traído conquistadores y ha forzado imperios en tiempos de sus faraones.
El agua juega al escondite formando pequeñas islas y descubriéndonos en sus orillas auténticos vergeles, de altas y esbeltas palmeras, carrizos, plantas de papiro y otras herbáceas en las que pequeños pajarillos de colores se posan tranquilamente. Gigantescas paredes de piedra, bolos graníticos redondeados por el viento del desierto y la exuberancia del verde que contrasta con la sequedad y la aridez de la duna, comienzo del desierto estéril y pedregoso que se adivina al alcance de la mano, nada más poner pié a tierra.

Nuestra lancha se deja ir bajo un sol de justicia que abrasa la piel y deslumbra por su luz y los reflejos de sus rayos sobre el agua clara en ocasiones casi transparente, y en el solpor de la atardecida nos sorprendemos hechizados por la mágica atracción de este paraje multicolor, multiforme que embriaga los sentidos y atrapa los corazones en la devoción del silencio compartido como si accediéramos a sagrado por primera vez.




A lo lejos contemplamos recortándose sobre la duna, la silueta de una moderna caravana de camellos, sobre los que cabalgan estos modernos mercaderes del desierto que somos los turistas, llegados en tropel, peste de este opulento occidente que todo lo globaliza. Falsos Beduinos de nuestros tiempos con sus cámaras Japonesas de ultima generación, dioses con pies de barro de una nueva era tecnológica  que se sienten viajeros del tiempo y el espacio a caballo entre oriente y occidente en un nuevo e irreal relato tan lejano y diferente de aquellos que se nos ofrecen
en los libros sagrados, en los cuentos mitológicos, en las leyendas de mil y una noche, donde aparecían ladrones de Bagdad, poderosos Califas y Faraones, Harenes escondidos a las miradas lujuriosas de insinuantes mujeres de incomparable belleza y cuerpos tan deseables como inalcanzables para el común de los mortales que soñábamos en húmedos sueños de adolescentes  púberes de sexo galopante con aquellos Bereberes de los Oasis frescos en  desiertos  perdidos, misteriosos y lejanos.









Acompañados del sonido del motor de nuestra lancha en la que navegamos mecidos suavemente acariciados por la brisa de la tarde, mientras nos dejamos ir y nos acercamos envueltos en la tela de araña de mil imágenes mágicas, sorprendentes, irrepetibles  hasta el embarcadero próximo de este pueblo Nubio donde nada más poner los pies ya nos envuelve el aroma  dulce y desconocido de las especias que se ofrecen en un mercadillo mas, mientras sus vendedores de humo y hambre nos ofrecen sus baratijas, y uno de ellos nos vende nada menos que   un viaje con "Fernando Alonso", el camello más veloz del desierto,....Subir es gratis, bajar, cincuenta libras, todo un autentico regalo.

Aquí se vende de todo, y se presenta ante los ojos del visitante sin reparo ni pudor todo lo imaginable, y no imaginable; Azafrán, clavo, manzanillas, te, Hibiscos, dátiles, enormes toneles de madera, carpachos y cestas de mimbre repletos de especias de colores variados y aromas desconocidos, dulzones unos, agrios, picantes, ácidos, ...curry, orégano,  pimienta negra y verde, sándalo, pachuli, etc.






Como nos van dejando, haciéndoles mil y un regate, vamos subiendo entre el trapicheo de estos señores del mercadeo y el hambre, y algunas mujeres que llevando sobre sus cabezas enormes cestas cargadas de pequeñas muñecas de madera, nos venden los encantos de sus colores, hasta que llegamos al umbral de una vivienda multicolor, de azules claros al parecer típica vivienda Nubia, de este pueblo que como consecuencia de la construcción de la presa de Aswan se traslado desde aquellas tierras inundadas por las aguas del Nilo, a este nuevo emplazamiento a espaldas del desierto.

Nada más entrar la descubro frente a nosotros mirándonos sin ver, como ausente, no da muestras de nada, no hay ninguna expresión en su rostro, salvo la de la tristeza, su cara no manifiesta reacción de ningún tipo, si acaso hastío e indiferencia serena y tristeza, mucha tristeza, una tristeza sobrecogedora que me corta la alegría, y hace desaparecer mi sonrisa de los labios, porque siento de repente el peso de su tristeza, sobre mí como un inmenso agujero negro insondable que me atrapa y en el que me sumerjo obligándome a seguir su silueta, a controlar sus gestos a buscar sus ojos negros y su mirada extraviada, acompañando su elegancia de forma solidaria, sus delicados movimientos, su transparencia.

Me sorprendo preguntándome cual será la razón oculta de esta misteriosa tristeza. Que secreto inviolable y desconocido esconderá la sombra que vela la negrura de sus ojos que no son capaces de levantarse del suelo y mirarnos abiertamente, de frente, cara a cara.
Permanece sentada sobre el murete que divide el patio de entrada de la vivienda, con la sala de estar, de la casa que nos acoge, y en cuyos sillones  nos sentamos cómodamente mientras tomamos un té frio o caliente según los gustos, con el que nos dan la bienvenida hospitalaria. Y ella sigue impertérrita, las manos, los dedos entrelazados sobre su regazo, su cabeza delicadamente inclinada sobre el incipiente pecho que se insinúa y adivina bajo la túnica verde con la que se cubre y viste en tanto el chador, el pañuelo típico musulmán oculta su pelo que supongo negro y cubre la cabeza .



Desde que la descubrí he quedado prisionero de su misterio, atrapado por esa insondable tristeza que me atrae y me da miedo, tan desconocida para mí que no sé nada de ella ni de su vida, ni de su presente, ni si tiene o no tiene futuro, nada se de su familia, los habitantes de esta casa, ni de su pueblos, ni de su historia pasada, lo ignoro todo de este pueblo Nubio mucho mas de sus mujeres,  sus hijos, de las esposas de estos hombres corpulentos y fuertes de piel negra que llegaron como esclavos de los faraones y aquí siguen sin mezclarse con los nuevos egipcios, manteniendo sus tradiciones, sus costumbres, casándose entre ellos, sin mezclarse ni compartir la cultura de clase ni pueblo, ni raza.  
  
Quizás, fantaseo mientras puedo, e invento soñador, un sueño para ella, tal vez me digo se siente prisionera, esclava, moderna cautiva entre dos tiempos extraños, de mundos diferentes y tan apartados, atrapada en este mundo tercero mientras observa y descubre la opulencia fantástica de los que llegamos allende los mares, desde occidente, cargados de contradicciones y pecados, un mundo tan diferente del suyo como deseable para huir de la miseria en la que se siente encadenada .   
Ahora toma la mano, con una suavidad extrema de una chica, una turista mas sobre la que va a realizar un típico dibujo, un tatuaje nubio, extraños arabescos mágicos cuyo origen se pierden en la noche de los tiempos y que tradicionalmente adornan la piel de las gentes de este pueblo.


Traza con firmeza, y sin errores las líneas, las curvas, los círculos sin equivocarse, y aunque sabe y es consciente de que la observo y que como poseído de una extraña fiebre atrapo sus gestos, su mirada, su espíritu o eso pretendo a través de la retina de mi cámara fotográfica, no se incomoda, no se da por aludida, no me mira ni una sola vez, no levanta sus ojos para cruzarse con mi mirada, y como aislada de todo y de todos realiza el tatuaje dulcemente.




Reconozco que me siento frustrado porque me siento preso, atrapado del embrujo de esta chica, esta niña/mujer extraña, de su ser no ser, de su trabajo, de su infinita tristeza, de su silencio, de su dulzura que constituye todo un elogio de la tristeza que he querido atrapar para siempre en una fotografía, pero no lo consigo y no puedo ni quiero violar su intimidad sagrada, sangre y fuego en una mirada.
Angel utrera  

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