MICRORELATOS CON SABOR A SAL; LA CARTA.


En realidad, hoy en día ya nadie escribe cartas, aunque hubo un tiempo en que recibir una de aquellos sobres blancos, a veces de colores, con franjas rojas para los enviado por avión, con estampillado o timbre que conocíamos por sellos, y con el remitente al dorso y los datos del destinatario bien escritos con letras mayúsculas y tinta azul, era tan normal como respirar. Pero esa es otra historia, de otro tiempo, ni mejor ni peor, únicamente diferente, tiempo pasado que forma parte ya únicamente de nuestros recuerdos.






Por eso cuando hace poco, apenas unas semanas fui a mirar el buzón de casa, como suelo hacer más por rutina que otra cosa, y por no perder la costumbre de hacerlo, al tiempo que aprovecho para quitarle las telas de araña que andan como Pedro por su casa en su interior, y sobre todo por abrir y tirar sin reparar mucho en ellas, directamente al cubo de la basura, las cartas de bancos y recibos de luz y teléfono, o apasionantes ofertas publicitarias  para que no lo atasquen , me quedé casi sin respiración al comprobar allí depositada, en el fondo oscuro y silencioso de metal de aquel buzón, un tímido sobre blanco, tan sorprendente como inesperado y extraño, como fuera de lugar.

Durante una milésima de segundo, eso que ahora definen los científicos como un nano segundo, mis ojos se posaron incrédulos en aquella inusual misiva, sin comprender que la placidez que la misma emanaba huía precisamente de la sorpresa que se estaba generando en mis sentidos. La vista atrapada por esa imagen, el oído perdido en el divagar del silencio, el gusto agriado, por el paladear del café de mi desayuno frío, el olfato atascado por este resfriado primaveral que se había instalado cómodamente en mi organismo, y el tacto, bloqueado, suspendido ya que mi mano no era responsable, y no se atrevía a atrapar aquel sobre que me estaba gritando;
-Si estúpido, soy una carta, y dentro hay unas letras escritas en una cuartilla, dirigidas a ti, a que esperas para sacarme de aquí, abrirme y leerme.¡¡¡



Efectivamente amigos, allí estaba Yo, fascinado, hechizado analizando aquella ilusión óptica, que no era, porque resultaba real y bien real; Un buzón de correos, el mío. En su interior una carta, un sobre blanco, unas letras escritas, un sello con el matasellos estampillado, del día ocho de Abril del año en curso, estafeta de correos de Coruña, Santiago de Compostela.

Con un extraño respeto y cierto temor tomé entre los dedos de mi mano derecha, pulgar e índice, haciendo lo que se denomina por mis colegas médicos, pinza, aquella carta, como si al tocarla se fuera a desvanecer y se convirtiera en ceniza, polvo, una imagen espectral, la representación de un karma fantasma, mientras cerraba con mi obra mano el buzón y echaba la llave.

Allí estaba Yo, junto a mi sombra sosteniendo respetuosamente nada más y nada menos que una carta, no era un error, no, porque en primera impresión pude comprobar que Yo era el destinatario, llevaba mi nombre, y mi dirección correctamente escritas  a bolígrafo, con una letra delicada y cuidada, las mayúsculas puntiagudas, y perfectamente acentuadas las palabras. Así que no había ningún error, ninguna duda la carta iba dirigida para mí, alguien me había escrito y hasta tal vez, quizás, quien sabe, aguardaba mi respuesta.








Inmediatamente con la premura del  que es presa de un síndrome de abstinencia cualquiera        me quedé colgado de mis fantasías , fantaseando sobre su contenido y lo que se me demandaba en mi futura respuesta: Un amor apasionado y desconocido, el nombramiento como hijo adoptivo y predilecto de cualquier lugar desconocido, un premio más que merecido por mi labor como docente, escritor, científico médico, un paciente desahuciado al que mis cuidados habían devuelto la vida y agradecido me enviaba su aliento.


Desafortunadamente no había pistas, y nada delataba su origen, ya que el remitente no existía, y nada sugería quien  de donde procedía aquella misiva, que igualmente podía haberme sido entregada con facilidad al contener perfectamente identificados mis datos, y no los de su procedencia.
¿Quien me habría enviado esta carta? Precisamente ahora cuando ya nadie lo hace, cuando tan solo unos pocos seguimos usando el bolígrafo, la pluma estilográfica, el lápiz o la máquina de escribir.

¿Quien en estos tiempos de urgencia e inmediatez, de twitter, de instagran, de facebook, de correo electrónico, wassap y redes sociales, en los que la comunicación virtual es la causa de incomunicación, aislamiento y olvido más extendida, se había podido tomar la molestia, de coger un folio en blanco, tal vez dos, o quizás tan solo media cuartilla, y con paciencia y letra impresa, dirigirse a mí, tal vez contando algo, una anécdota, una petición, un ruego, un insulto, un lamento, un recuerdo, una demanda, o simplemente enviarme una sonrisa?.
Meter aquella carta en un sobre, pasar su lengua mojando en saliva la pestaña de cierre, ponerle un sello, y echarla a un buzón de correos, de los escasos que quedan en las calles de nuestras ciudades, para que me llegara en esta forma, su pensamiento escrito? Sin prisas, sin urgencia, sin importancia, o si?
Mientras sentado en los escalones de piedra enmoquetados en musgo y pasado de mi casa, pensaba en todo ello, iba sacando el mechero del bolsillo de mi pantalón, sin dejar de mirar aquel sobre extraño que me atemorizaba, pasó un avión atronando el cielo y dejando una estela de humo blanco, como el que lentamente fue consumiendo aquella carta de un desconocido, que nunca abrí, pero que tampoco he olvidado.

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