CERRADO POR MELANCOLIA.



Hace ya unos años, no recuerdo exactamente cuántos, paseando por las calles del Ferrol de antes, tan rectilíneas en su uniformidad luminosa, producto de la mente cuadrada de los Ingleses  de hace siglos que imaginaron y construyeron la ciudad, me fijé en un pequeño escaparate olvidado entre portales del pasado, madera y hierro forjado, de lo que debió ser una de tantas librerías arrastradas por el modernismo y las nuevas tecnologías, una librería mas de las muchas que han ido sucumbiendo al hechizo de la ignorancia, las prisas y el culto al yo, en detrimento del sabor rancio del papel impreso de los libros y su olor a aventura y fantasías de escritores desconocidos y trasnochados.

Aquello representaba un es escenario sin actores ni publico de lo que fue en alguna ocasión un santa sanctórum de libros de los que ya nadie albergaba recuerdo ni sus estanterías lucían los más recientes, los últimos títulos editados, por no quedar ni siquiera quedaba reclamo en forma de cartelera o luminoso con el título de propiedad que recordara su historia pasada y pudiera llamar la atención del curioso impertinente viandante que se acercara como Yo mismo, ávido de escudriñar en las entrañas de lo que había de ser en otros días mejores, o por lo menos diferentes aquel antro del saber y los sueños.

Allí, detrás del cristal sucio y sin brillo del escaparate al uso con una curiosa y estudiada puesta en escena novelesca y literaria, sobre un atril de maestro y bajo un cartel en el que se podía leer; "Cerrado por Melancolía",  descubrías un ejemplar envuelto en las sombras de la obra del mismo título de un autor, para mí en aquel entonces, un desconocido cuentista Argentino de nombre: Isidoro Blauster, como pude descubrir más tarde, con calma en casa, buceando por la red, publicado en 1981.
El libro según nos cuentan las reseñas y críticas literarias rescatadas de la prensa,  es  testimonio de una época perdida y como cualquier otra, una forma mas  de organizar  la locura, contada desde aquella librería  de la cosmopolita  Argentina, la  ciudad de Buenos Aires, que debió existir en una de las galerías de la calle  San Juan de Boedo, y que ahora trasladado a nuestro Ferrol viejo, buscaba remover consciencias  y hacer una llamada al caminante que pasara delante de aquel cartel y curioseando, como Yo mismo hacía, mirara en el interior de su melancolía mas allá de las estanterías vacías y el moho amarillento del escaparate de aquel desaparecido pasado de esplendor y vida.
Si te fijabas con detenimiento, casi adivinabas las sombras de los libros marcadas sobre las estanterías y baldas de madera cubiertas de polvo y telas de arañas.  Sobre el suelo de madera apolillada aún quedaban silenciosos con sus páginas abiertas, dos o tres  libros olvidados al recoger apresuradamente y sin orden, ahora ya testimonio del valor de la nostalgia y una manifestación más de la melancolía misma en la que se sumía toda aquella escena .

En un rincón del fondo de la sala, sumida en la oscuridad del olvido sobre una mesilla de tres patas, adivinabas un par de tinteros sin tapa,  imaginé que sin tinta, tan inútiles como abandonados en el pasado del que ya no salieron, sobre las desnudas paredes desconchadas aquí y allá, sin regla, intuías algunas fotos cuarteadas de un desconocido paisaje, bailarinas ligeras de ropa en forma de calendario y el anuncio de la publicación de un best seller en grandes letras. Sobre el suelo, restos de papel estraza de envolver, y varias cajas de cartón manchadas de humedad y roídas por los ratones, amarilleando bajo el peso del tiempo.
Miraba enfebrecido como un voyeur en pleno desenfreno de lujuria y vergüenza el descubrimiento de esta derrota y mientras mis ojos viajaban de uno a otro detalle pensaba con tristeza, en la desesperación ante su pequeño gran fracaso de aquel amante de los buenos libros, mientras recogía todo, apagaba la luz, bajaba las persianas de las ventanas, y colocaba allí mismo donde seguía, aquel extraño cartel, y sobre un atril, aquel libro; Cerrado por Melancolía, mientras corría la verja de hierro encorvado en su trsiteza y echaba el cierre para siempre.

Años después, he vuelto a pasar por delante de estos restos de un naufragio asumido como propio y me ha sorprendido descubrir  que nada ha cambiado y que aquel escaparate de lo incierto sigue allí, ante nosotros denunciando tanta ignorancia como miedo al desencanto, impasible, intacto bajo el transcurrir del tiempo y la caída de las hojas, una tras otra de los calendarios, únicamente el cartel parece más viejo y cansado, arrugado y reseco , en las esquinas despegado, el cristal mucho más sucio y generoso en el polvo acumulado, en una esquina un trozo de cristal roto e impasible aquel libro esperando que alguien abra sus hojas, y lea su historia, más oscuro y apagado y sobre todo la misma escena de esta vieja y olvidada librería que un día, hace ya tanto colgó el cartel para siempre de :
                                                           CERRADO POR MELANCOLIA.    

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