DELHI. (INFIERNO O PARAISO). INDIA 1ª PARTE.
Caótica pobreza. Insufrible ciudad, irrespirable, sorprendente,
desconcertante y mágica en su exótica diferencia, donde la gente comparte su
pobreza, la vida se hace de puertas afuera, entre callejones retorcidos y
oscuros de hierros oxidados y cables colgados en una pirueta imposible.
Las mismas calles preñadas de colores, olores y sonidos en las que nadie se
escandaliza de nadie y sus vergüenzas al descubierto, siempre que respeten las
normas no escritas de castas y rangos.
Siervos y señores de la miseria, la pobreza y el olvido.
Delhi; diecisiete millones de personas compartiendo el mismo espacio,
sucio, deslumbrante y polvoriento, de alegría triste, embarrado de orines e
inmundicia, de ruidos y claxon de coches. Miles, millones de vidas anónimas pululando
como negras hormigas en su hormiguero, ociosas y ocupadas en su vacío enfebrecído y sin desmayo por un bocado
de alimento, algo que mínimamente sea comestible y pueda engañar su hambre
acumulada, que cocinar al aire libre.
Calles y calles interminable, insufrible, desdibujada, borrosa para la comprensión
racional del visitante, pero no para sus moradores que asoman desde el quicio
de su nada, y escupen. Calles ateridas, calles descarnadas, calles de ruina y
vida, de gente desconocida que te mira curiosa sin verte, y escupe, que charlan
en cuclillas ociosas, desocupadas y escupen y te observan ignorándote de tanto
en tanto y escupen.
Calles y calles de cruces laberínticos y fantasmagóricas imágenes levemente
flotantes en una atmósfera de aire contaminado, humo y niebla de gentes
invisibles, traslucidos, transparentes, irreales, invisibles en su materialidad
de carne y hueso, espíritu y nada, que te miran y escupen desde abajo, tal vez
mientras piensan, que ellos no son como tú, y envidian tu suerte, mejor suerte
que la suya de parias habitantes de la calle, y te miran y tu les devuelves su
mirada desde tu segura atalaya de autobús turístico que atrapa el caos, y
engulle la ciudad y su tráfico, y cruzamos nuestras miradas, y escupen mientras
pasan caminando despacio bajo mi ventanilla cerrada, sin prisa porque la prisa
y el estres es un invento de occidente, de nuestras sociedades tan ocupadas de
su ombligo y su riqueza que damos asco hasta los que viven de la nada y la basura.
Hombres que pedalean incansable en bicicletas fantasmas cargadas hasta los topes, o conducen sus motocicletas de lata, y esos motocarros de hacerles un regate a la miseria, a la imposibilidad de vivir en la pobreza absoluta, mientras cuentan un precario fajo de rupias pringosas y sucias y regatean y vociferan y te ofrecen baratijas con la desesperación del que no espera nada, y sabe que no tiene nada que perder, porque no tiene nada, salvo hambre y curiosidad extrema.
No hay palabras, no hay capacidad para describir lo que descubren tus ojos,
solo asombro, y miras y escupes mientras recorres laberintos inmundos, de
callejas y casas sin puertas, porque nada hay que guardar tras ellas,
laberintos a lo desconocido, agujeros negros, sueños atrapados en la realidad
imposible de cables y piedra, madera podrida y oxidados hierros retorcidos,
reciclados una y mil veces en miles de infestos cuchitriles, donde se compra y
vende lo inexistente, cualquier absurdo
inimaginable, hasta la muerte.
En Delhi hasta la muerte se ignora, porque va a tu lado, porque aquí se
vive a caballo de ella, compartida entre hombres y bestias, y el milagro es
aguantar como animales, sin futuro ni
pasado, solo el presente, el instante, el ahora es lo único que cuenta, un día
y otro.
Y todo somos únicamente aromas, olores, sensaciones, tienes que sentir,
ver, oír, gustar, oler, tocar, atrapar con los cinco sentidos bien abiertos
todo lo que te sale al paso, porque todo es diferente y distinto, y nuevo y
extraño.
Niños de manos extendidas y pies descalzos, caras endurecidas y agrietadas
por días de desamparo, cuya primera
lección es sobrevivir y ser el más fuerte para seguir adelante cada instante un
día más.
La individualidad compartida en el
desencanto, la pobreza extrema, la ignorancia, y ausencia de oportunidades te
contempla, en las yemas de esos dedos sucios, esos dedos que hacen el gesto de
reclamarte unas monedas para procurarse algo que llevarse a la boca,
gestos naturales, aprendidos a fuerza de
ser necesario, y sus ojos profundos, claros, limpios que te miran escondidos
tras una sonrisa inventada, fingida de desamparo y cara de pobre ensayada a
fuerza de buscar la misericordia, la lástima, la solidaridad de la injusticia
de los pobres entre los pobres, mientras desde cualquier esquina nadie te mira
y escupe.
Y en medio de este absurdo, reparas sin querer, en un grupo de cuatro, tal
vez cinco niñas jugando bajo unos soportales a la rayuela como si nada fuera
con ellas, y sientes que hasta en la más profunda de las miserias los juegos de
unos niños son una esperanza nueva.
Y te preguntas como es posible, como caben diez mujeres y sus saris de
vistosos colores, en la caja de un camión, mas chapa retorcida y hoja de lata
oxidada que otra cosa, mientras te miran y sonríen y el motor tose, y ronronea
y se ahoga y sigue al paso cargado hasta los topes de cachivaches y humanos. Y
tan felices.
Y ahora pasa una moto con overbooking, cargada con cuatro personas, dos
adultos y dos niños, posiblemente una familia, y ella montada a la mujeriega
sostiene un bebe entre sus brazos con la avaricia del miedo y el amor de madre.
Esto es Delhi, millones de personas, de seres humanos, solitarios en su
desconsuelo y el olvido.
Sorpresas sorprendentes que dan que pensar, curiosidades de hombres barbados con turbante. Las mujeres
con saris vistosos de colores y pies descalzos. Hombres en cuclillas fumando,
charlando, tomando algo parecido a una taza de té. Hombres descalzos, de pies
cuarteados, blancos de polvo, sucios de barro, y endurecidos.
Los rickshaw, los motocarros, los Tuk-tuk, las bicicletas cargadas hasta
los topes, los monos en los tejados, colgados de los cables, las vacas sagradas
paseando por las calles, las cabras, los cerdos compartiendo la basura con la
gente, loa perros aburridos que ni ladran, carentes de vitalidad, y los
mercadillos abarrotados de humanidad, los mercados multicolores, los cientos de
carros cargados de fruta varias, entre hombres extraños y endurecidos que
ajenos a todo, mean contra cualquier árbol seco, o sobre una tapia de ladrillo
en ruina, como si tal cosa, y el ruido y el barullo enfebrecido, las
aglomeraciones, el caos, las miradas de frente o de soslayo, y las calles
retorcidas, y la basura, toneladas y toneladas de esperanzas, tristezas,
alegrias, deseos, anhelos e inmundicia.
Esto es Delhi, amigos, al mas puro estilo de la India.
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