DELHI. (INFIERNO O PARAISO). INDIA 1ª PARTE.


Delhi. 24/Enero 2018

Caótica pobreza. Insufrible ciudad, irrespirable, sorprendente, desconcertante y mágica en su exótica diferencia, donde la gente comparte su pobreza, la vida se hace de puertas afuera, entre callejones retorcidos y oscuros de hierros oxidados y cables colgados en una pirueta imposible.

Las mismas calles preñadas de colores, olores y sonidos en las que nadie se escandaliza de nadie y sus vergüenzas al descubierto, siempre que respeten las normas no escritas de castas y rangos.
Siervos y señores de la miseria, la pobreza y el olvido.

Delhi; diecisiete millones de personas compartiendo el mismo espacio, sucio, deslumbrante y polvoriento, de alegría triste, embarrado de orines e inmundicia, de ruidos y claxon de coches. Miles, millones de vidas anónimas pululando como negras hormigas en su hormiguero, ociosas y ocupadas en su  vacío enfebrecído y sin desmayo por un bocado de alimento, algo que mínimamente sea comestible y pueda engañar su hambre acumulada, que cocinar al aire libre.

Calles y calles interminable, insufrible, desdibujada, borrosa para la comprensión racional del visitante, pero no para sus moradores que asoman desde el quicio de su nada, y escupen. Calles ateridas, calles descarnadas, calles de ruina y vida, de gente desconocida que te mira curiosa sin verte, y escupe, que charlan en cuclillas ociosas, desocupadas y escupen y te observan ignorándote de tanto en tanto y escupen.

Calles y calles de cruces laberínticos y fantasmagóricas imágenes levemente flotantes en una atmósfera de aire contaminado, humo y niebla de gentes invisibles, traslucidos, transparentes, irreales, invisibles en su materialidad de carne y hueso, espíritu y nada, que te miran y escupen desde abajo, tal vez mientras piensan, que ellos no son como tú, y envidian tu suerte, mejor suerte que la suya de parias habitantes de la calle, y te miran y tu les devuelves su mirada desde tu segura atalaya de autobús turístico que atrapa el caos, y engulle la ciudad y su tráfico, y cruzamos nuestras miradas, y escupen mientras pasan caminando despacio bajo mi ventanilla cerrada, sin prisa porque la prisa y el estres es un invento de occidente, de nuestras sociedades tan ocupadas de su ombligo y su riqueza que damos asco hasta los que viven de la nada y la basura.






  Hombres que pedalean incansable en bicicletas  fantasmas cargadas hasta los topes, o conducen sus motocicletas de lata, y esos motocarros de hacerles un regate a la miseria, a la imposibilidad de vivir en la pobreza absoluta, mientras cuentan un precario fajo de rupias pringosas y sucias y regatean y vociferan y te ofrecen baratijas con la desesperación del que no espera nada, y sabe que no tiene nada que perder, porque no tiene nada, salvo hambre y curiosidad extrema. 

No hay palabras, no hay capacidad para describir lo que descubren tus ojos, solo asombro, y miras y escupes mientras recorres laberintos inmundos, de callejas y casas sin puertas, porque nada hay que guardar tras ellas, laberintos a lo desconocido, agujeros negros, sueños atrapados en la realidad imposible de cables y piedra, madera podrida y oxidados hierros retorcidos, reciclados una y mil veces en miles de infestos cuchitriles, donde se compra y vende  lo inexistente, cualquier absurdo inimaginable, hasta la muerte.

En Delhi hasta la muerte se ignora, porque va a tu lado, porque aquí se vive a caballo de ella, compartida entre hombres y bestias, y el milagro es aguantar  como animales, sin futuro ni pasado, solo el presente, el instante, el ahora es lo único que cuenta, un día y otro.

Y todo somos únicamente aromas, olores, sensaciones, tienes que sentir, ver, oír, gustar, oler, tocar, atrapar con los cinco sentidos bien abiertos todo lo que te sale al paso, porque todo es diferente y distinto, y nuevo y extraño. 

Niños de manos extendidas y pies descalzos, caras endurecidas y agrietadas por días de desamparo,  cuya primera lección es sobrevivir y ser el más fuerte para seguir adelante cada instante un día más.
 La individualidad compartida en el desencanto, la pobreza extrema, la ignorancia, y ausencia de oportunidades te contempla, en las yemas de esos dedos sucios, esos dedos que hacen el gesto de reclamarte unas monedas para procurarse algo que llevarse a la boca, gestos  naturales, aprendidos a fuerza de ser necesario, y sus ojos profundos, claros, limpios que te miran escondidos tras una sonrisa inventada, fingida de desamparo y cara de pobre ensayada a fuerza de buscar la misericordia, la lástima, la solidaridad de la injusticia de los pobres entre los pobres, mientras desde cualquier esquina nadie te mira y escupe.

Y en medio de este absurdo, reparas sin querer, en un grupo de cuatro, tal vez cinco niñas jugando bajo unos soportales a la rayuela como si nada fuera con ellas, y sientes que hasta en la más profunda de las miserias los juegos de unos niños son una esperanza nueva.

Y te preguntas como es posible, como caben diez mujeres y sus saris de vistosos colores, en la caja de un camión, mas chapa retorcida y hoja de lata oxidada que otra cosa, mientras te miran y sonríen y el motor tose, y ronronea y se ahoga y sigue al paso cargado hasta los topes de cachivaches y humanos. Y tan felices. 

Y ahora pasa una moto con overbooking, cargada con cuatro personas, dos adultos y dos niños, posiblemente una familia, y ella montada a la mujeriega sostiene un bebe entre sus brazos con la avaricia del miedo y el amor de madre.

Esto es Delhi, millones de personas, de seres humanos, solitarios en su desconsuelo y el olvido.  
Sorpresas sorprendentes que dan que pensar, curiosidades  de hombres barbados con turbante. Las mujeres con saris vistosos de colores y pies descalzos. Hombres en cuclillas fumando, charlando, tomando algo parecido a una taza de té. Hombres descalzos, de pies cuarteados, blancos de polvo, sucios de barro, y endurecidos.

Los rickshaw, los motocarros, los Tuk-tuk, las bicicletas cargadas hasta los topes, los monos en los tejados, colgados de los cables, las vacas sagradas paseando por las calles, las cabras, los cerdos compartiendo la basura con la gente, loa perros aburridos que ni ladran, carentes de vitalidad, y los mercadillos abarrotados de humanidad, los mercados multicolores, los cientos de carros cargados de fruta varias, entre hombres extraños y endurecidos que ajenos a todo, mean contra cualquier árbol seco, o sobre una tapia de ladrillo en ruina, como si tal cosa, y el ruido y el barullo enfebrecido, las aglomeraciones, el caos, las miradas de frente o de soslayo, y las calles retorcidas, y la basura, toneladas y toneladas de esperanzas, tristezas, alegrias, deseos, anhelos e inmundicia.
Esto es Delhi, amigos, al mas puro estilo de la India.   

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