JAIPUR EN CUERPO Y ALMA . (INDIA 2ª PARTE).


JAIPUR EN CUERPO Y ALMA.- 26 ENERO 2018.-

Descubro Jaipur y su caótica pobreza, sinfónica harmonía del desconcierto y la sorpresa, en la que las imágenes se superponen como en una de esas viejas películas en blanco y negro de nuestras infancias, en las que con los ojos abiertos de par en par permanecíamos atónicos, hundidos en una vieja butaca de patio o platea, "gallinero" ,de la que se escapaba por los bordes claveteados de chinchetas la viruta y los muelles.
Sorpresa y nuevos sueños  de aquellos nosotros niños,  aprendices de hombres, insaciables y ávidos de todo lo nuevo que devorábamos en sesión continua de dos películas por siete pesetas, horas y horas de fantasía e imaginación a raudales, esa que nos vendían estos mercachifles de la mayor fábrica de sueños que nunca haya podido crear el hombre; el cine.
Y allí mismo nos transformábamos en filibusteros de aventuras con aquellos Errol Flint de pirata y bucaneros, o en plan pistolero nos transformábamos en  sheriff del lejano oeste con el irreductible John Wayne, a golpe de whisky y caballos y esos otros "indios de pega", con piel roja, y plumas con arcos de flechas y "rostros pálidos hablar con lengua de serpiente".


Estos no son así, porque estos son auténticos, de carne y hueso, y desde luego Indios, de la India, no del oeste americano, y te miran curiosos, y te sonríen y te saludan, y te tocan con sus manos cariñosas de gente sorprendida y ansiosa de aprender, mientras se sacan una foto junto a ti, o te ofrecen sin descanso y hasta la extenuación cualquier baratija de a cien Rupias. Collares, pulseras multicolores de hoja de lata, bolígrafos preñados de piedrecitas brillantes, que se caen nada mas tocarlos, postales, libros, marionetas, todo lo que uno pueda imaginarse y mas lo tienen ellos en sus bolsas y ya puedes regatear y regatear porque si te piden mil, acabaran dándotelo en cien. La India en estado puro.

Aquí no valen parámetros ni conceptos putrefactos de la floreciente cultura occidental, esa de la vieja Europa, que se descompone a cada paso, la misma de la vieja escuela luterana en luchas fraticidas con la católica y su Vaticano, de Santas Inquisiciones, y brujas en las hogueras. Tan lujosamente falsa, ostentosa y llena de prejuicios y fina ironía como corrupta en la que el odio prende como la llama en la paja seca y la yesca.

¿Acumular cosas materiales, trastos, cachivaches inútiles una tras otra, a ver quien es mas poderoso en su miseria?, solo lo mas necesario, lo imprescindible y util, lo demás; para que te dirían ellos, si se anda mas ligero sin cargar nada, y además ¿Donde guardarlos ni no tenemos casas, ni armarios, ni puertas, y nuestro hogar es la calle?.   

La india es así, todo cuesta lo que uno es capaz de dar, ni  una Rupia más ni una Rupia menos, y lo sabes de sobra porque los guías te lo han estado repitiendo desde que llegaste, pero ahora lo sabes porque lo sufres en propia carne, y vive Dios, que en ocasiones resulta mas que insoportable, a pesar de que no quieres de ninguna de las maneras despreciarlos, ofenderlos, o insultarlos, porque comprendes que es la necesidad y el hambre lo que los mueve.

Curioso comprobar que algunos de esos mismos niños de la calle, que tienen que jugar a la fuerza a ser adultos para sobrevivir, y no saben de colegios, ni de maestros, de uniformes ni de libros, hablan Castellano, que han aprendido a la fuerza de escuchar y regatear en los autobuses de turistas Españoles.
-Hablas Español de España? Te pregunta uno. No creo que tenga más de doce años, aunque parece mas pequeño, aquí crecen a la fuerza y rápidamente, que remedio.
Hombre claro ¡ De donde si no? Le digo cargado de mi razón, con la lógica de los occidentales, que nos creemos el ombligo del mundo y que lo sabemos todo.
-Puedes ser de Argentina, o Venezuela o Méjico, me dice todo serio, agitando el manojo de collares delante de mis ojos, empujando, para que no le quiten el sitio conseguido, a dos o tres que como el intentan acaparar el premio de mi atención, y de paso colocarme su mercancía, mientras sus grandes ojos negros brillan y se clavan en los míos de sorpresa.
















 Y francamente que quedas estupefacto, porque parece increíble pero tus ojos no te engañan, y lo has oído perfectamente, así que como puedes intentas salir airoso de entre el maremágnum de cuerpos y almas, de piernas y brazos que se alzan ante ti por todas partes, y le coges rechazando el resto, su puñado de collares de a cien Rupias, porque francamente se las ha ganado, ha vencido en el combate cuerpo a cuerpo con tu capacidad de asombro y admiración.
Así son las cosas por aquí, sale adelante el más listo de la clase, tonto el último y camarón que se duerme la corriente se lo lleva. La ley de la selva, colegas, pero a pesar de todo ni ves peleas, ni malos modos, ni empujones, ni engaños o picaresca de esa que tanto tenemos en nuestras modernas  calles y súper desarrolladas ciudades, tan distintas de las de este llamado eufemísticamente "Tercer Mundo".
Pero; ¿cómo es posible meter diez mujeres con sus saris de colores, y sus velos en la caja de un camión, más bien moto carro, mas chapa y lata que hierro, más oxido y pasado que vehículo en movimiento que circula por una autopista de peaje, de noche y sin luces. Pues lo hacen, y tan felices. Ahora recuerdas que lo vimos anoche mientras llegábamos de regreso de Agra.

Y mientras caminas como un zombi, sin saber a dónde mirar, aturdido, temerosamente inerte, casi volátil, etéreo entre el ruido de los cláxones, el ir y venir de gente, los colores de las tiendas en los bazares, los puestos de comidas, las vacas por el medio de la calle, los monos colgados de los cables de luz, sobre los canalones, en las azoteas y tejados, y de cuando en cuando uno que baja raudo con sus culos rojos y roba una fruta, un plátano, o lo que sea de cualquiera de estos puestos ambulantes de mercado entre los pájaros de colores, las ratas que sacan su cabeza de los agujeros de sus madrigueras  y miran por si hay moros en la costa, más bien halcones, como los que sobre vuelan los tejados, las farolas, los rishaws y las bicicletas, que en un despiste los conviertan en su aperitivo del día, quién sabe, y comparten un cacahuete o cualquier cosa con pequeñas ardillas de pequeños rabos, mas que curiosas .


Pues eso, y que tu capacidad de asimilar asombro no tiene limite mientras cuentas las cabezas y sus cuerpos, que van cuatro en un moto, y ahora tres, y por fin llegas a contar hasta cinco, toda la familia de viaje y ella sentada por supuesto, a la mujeriega, las piernas hacia un lado, y bien cerradas bajo su sari, y al ver que le enfocas con la cámara para tomar una foto saca la mejor de sus sonrisas, y uno de los niños, seguramente son sus hijos, piensas con lógica, te saluda con la mano, mientras meteórica la moto, va sorteando el infinito desorden ordenado en este caos, el amasijo infranqueable del trafico.


Aquí pasa el que primero mete el morro, y no vale de nada ni semáforos, ni pasos de cebra, ni siquiera guardias urbanos, que algunos hay, pero a su bola, y no me extraña, porque aquello se dirige solo, y no hay humano capaz de meterle mano y poner orden en semejante marabunta de cacharos y locos al volante de lo que sea; bicicletas, carros, motos, coches, camionetas, tuc-tuc, rishaws, y peatones que se la juegan en cada intento de cruzar una calle.

El truco está en  parar con la mano extendida y los ojos cerrados a los que pretenden quitarte el paso y devorarte como no andes listo. Y recuerda, que conducen por la izquierda, y que la única norma de este particular código de circulación, es que pasa el que primero llega y se mete  por todo el morro, y ande Yo caliente y ríase la gente, y a vivir que son tres días.

Curiosidades, gentes extrañas, gente en cuclillas, gente comiendo, gente rezando, gente aliviándose en cualquier parte, contra una pared, un árbol, da lo mismo, el pudor la vergüenza son valores que resultan aquí muy caros, y no está el horno para bollos, ni la hucha para derroches.
 Hombres con turbantes, hombres sentados con las piernas cruzadas, enhebrando flores para hacer collares de hermosos y vistosos colores, que llevar al templo y en ofrenda dejar a los dioses, en medio de montañas de papeles y basura y mas basura, que digo Yo que porque no contratarán y pondrán en funcionamiento un servicio de limpieza como Dios manda, que además con la mano de obra barata que tienen no les saldría nada caro. Pero no colega, vuelves a razonar con la lógica de occidente y esto es la India, nada que ver, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Hombres ociosos jugando a las cartas, en el suelo, y nadie habla, todos miran a los jugadores y sus jugadas, y te llaman para que les saques una foto, y sonrien y siguen jugando como si nada, ellos a lo suyo y tu pasas y sigues caminando.


Y de repente descubres un tipo sentado en un sillón de enea y sobre una tarima con turbante blanco y una especie de tetera, y la gente se acerca junta las manos, y él les vierte algo que parece agua, posiblemente agua de rosas, o aromática, con la que se lavan la cara y las manos, a cambio de unas monedas.

Y sigue el ruido, el barullo, el tumulto de hombres y bestias libremente entremezcladas, y sin que nadie se meta con nadie. Pequeños puestos de revistas y libros, tienditas, por llamarlas de algún modo, de ropas, de telas, de especies, de chanclas y zapatos, de mantas y edredones, y una farmacia, o algo que se le parece, con una cruz roja pintada bajo el mostrador, y vendedores, y más vendedores que te llaman, que te ofrecen sus mercancías, que pelean amistosamente con los vendedores ambulantes de baratijas, este que trae timbales, o son tambores, o quizás bongoes mientras te escabulles, literalmente te zafas y les haces un regate metiéndote en una tienda de sedas multicolores, y pañoletas.

Y a todo esto son casi  las cinco de la tarde, y se te ha olvidado hasta comer, porque ni tiempo ha quedado para ello, solo andar, recorrer bazares,  callejear, bucear y sumergirte en este extraño mundo, tan apasionante como nuevo, como extenuante, que entra dentro de ti como si fuera un bebedizo mágico, un bálsamo de fierabrás de las novelas de caballería y caballeros andantes, pero nada más lejos de la realidad, porque esto es la India en estado puro, sus gentes, sus calles, su vida tan maravillosa como inquietante.
Jaipur en cuerpo y alma, nada menos.
Angel Utrera.


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