RECORDAR Y REVIVIR PARA SEGUIR VIVIENDO.
Dicen los que saben más que Yo de todo esto de los recuerdos, la interpretación de los sueños y que se Yo, saben más de todo y de nada, que da igual, que la impresión al ver el mar por primera vez resulta imborrable, y se guarda para siempre en nuestros recuerdos.
Lamentablemente en mi caso esta afirmación no se cumple en lo mas mínimo, y puedo asegurar sin miedo a mentir, que no tengo ni idea del cuándo y el cómo fue que vi el mar por primera vez, más bien tengo la certeza de que ha estado en mí y Yo en él desde que nací, no en balde salí del vientre de mi madre por entre sus piernas sanguinolentas en la bahía de Cádiz, allá en el Puerto de Santa María, como el viejo poeta en tierra que fue Rafael Alberti por lo que los primeros verdes y azules del océano debieron ser los del atlántico, aunque albergo la casi certeza sin fundamento de que mi primer mar fue el Mediterráneo, de Málaga la Bella, aquella tierra de la morería con sus dos mil quinientas tabernas y una sola librería, de mi infancia.
Pues no sé, a lo mejor resulta que como Jonás viví y salí del vientre de una Ballena arropado por la sal y el sol del mar, y mis primeros pasos los aprendí a dar en la arena y la playa y por eso no guardo recuerdos porque soy de la misma materia que los corales, piedra calcárea muerta que se despereza desde el lecho marino buscando la luz.
Tampoco tiene nada de extraño si resulta como es mi caso, que tampoco recuerdo el primer beso en los labios de mi primera novia, besos de amor prohibido, primerizos de aprender entre el pecado, la vergüenza y el miedo.
Y sin embargo sí que tengo vivo el recuerdo, la imagen del nacimiento de mi primer hijo, o del descubrimiento del cuerpo desnudo que se me ofrecía, de la que ha sido mi compañera de viaje y camino durante todo este tiempo.
Hermosos recuerdos, recuerdos tristes y amargos también, dolorosos de la muerte de mis padres, mi madre primero y después mi padre. Y poco más, porque mi memoria es frágil, y he tenido que ir olvidando para dejar hueco a las nuevas vivencias que enseguida se volvían pasado y recuerdos.
Pero no puedo a pesar de todo dejar de revivir aquella primera y única impresión , aquel latido impactante de la silueta de la isla de Ítaca recortada sobre el horizonte del amanecer mientras navegábamos y nuestro barco se alejaba de ella envuelto en el frío de la brisa marina y el silencio como compañero, arropado por el lenguaje sin palabras del agua que se abre dejando paso a la quilla del barco como una herida sin sangre, y el brillo de sus ojos mientras me miraba y nos perdíamos en un abrazo cálido.
Angel Utrera.
Comentarios